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Expectantes de Su presencia

Expectantes de Su presencia

15 de mayo de 2022

Tiempo de lectura: 4 minutos

En una de Sus parábolas, Jesús dijo que el reino es semejante a diez vírgenes que con lámparas salieron a recibir al esposo: cinco de ellas fueron prudentes y, además de tomar sus lámparas, llevaron consigo aceite para hacerlas funcionar durante suficiente tiempo; pero las otras cinco fueron insensatas y solo tomaron las lámparas, mas no el aceite.[1] A las insensatas pronto se les apagarían las lámparas, así que pidieron aceite a las prudentes, pero estas se negaron a darles, por lo que tuvieron que ir a comprarlo ellas mismas. En eso el esposo llegó y no encontró a las insensatas; y cuando estas regresaron él ya no estaba: había entrado a las bodas con las prudentes que se prepararon desde un inicio y se mantuvieron esperándolo todo el tiempo. Entonces las insensatas quisieron entrar a las bodas al igual que lo hicieron las otras, pero al no haber sido expectantes a su llegada, él no las reconoció y no les permitió pasar.[2]

Si vemos esta parábola como una representación de la iglesia, una de las situaciones que podemos notar es que las prudentes no dieron de su aceite a las insensatas. En este punto nos podríamos preguntar por qué, si se supone que la iglesia debe ser generosa. ¿Acaso no nos enseñó Jesús a ser generosos y a compartir el pan con el hambriento? Totalmente cierto: cuando somos generosos estamos practicando lo que Él nos enseñó. Sin embargo, hay cosas que no podemos compartir por más que quisiéramos. En la parábola vemos que no es que las vírgenes no quisieran compartir de su aceite, sino que simplemente no podían, pues si lo hacían era probable que en algún punto todas se quedaran en tinieblas.

Hay una diferencia entre querer y poder, y habrá cosas que por más que quisiéramos no podremos compartir. Recuerdo una vez cuando alguien se le acercó al cantante Marcos Witt y le dijo: “Marcos, ¿podrías orar por mí para que se me transfiera todo el talento musical que tú tienes?”, a lo que Marcos oró: “Padre, en el nombre de Jesús, deseo que esta persona practique todas las horas que yo practiqué para que pueda llegar a tener el talento que me diste a mí”. Y no es por una cuestión de egoísmo, sino que simplemente no se puede transferir quiénes somos, nuestro testimonio, nuestro buen nombre, nuestra comunión con Dios. Todo esto es intransferible y somos los únicos responsables de la búsqueda de la unción del Espíritu Santo y de Su presencia, de nuestra intimidad con Él.

La misma parábola con la que inicié nos muestra tres ejemplos de sensatez. El primero es hacer camino y prepararnos para la presencia del Señor. Hay un camino que por más que queramos evitar, no podemos si en verdad anhelamos Su presencia. A pesar de que Dios es omnipresente y está en todos lados, somos nosotros quienes debemos buscarlo a Él. La búsqueda del Señor es más un recorrido que un destino.

El segundo consejo es comprar, pagar un precio, hacer un sacrificio y no esperar que alguien más nos comparta la unción por la que se esforzó y, por lo tanto, le pertenece. Si bien es cierto que la unción del Espíritu Santo es un regalo, mantenerla con nosotros solo depende de nuestro esfuerzo y sacrificio. No es lo mismo un derramamiento del Espíritu Santo que vivir con el Espíritu Santo. Para mantener la unción sagrada sobre nuestra vida debemos prepararnos e invertir esfuerzo. Por ejemplo, para que Moisés pudiera obtener el aceite sagrado de la unción tuvo que sacrificar ingredientes y tiempo de elaboración.[3]

Y el tercer consejo es ser expectantes, esperar con ilusión. No permitas que tu expectativa decrezca. No pierdas en el enfoque. Si lo que necesitas en tu vida es un milagro, no pierdas la expectativa de lo que el Señor puede hacer por ti, no vaya a ser que a causa de tu incredulidad nunca veas Su poder.[4]

Lo que en la parábola diferenció a las mujeres insensatas de las prudentes fue la preparación y la espera que tuvieron unas y no las otras. Mientras unas se prepararon, las otras no lo hicieron y eso provocó que perdieran el enfoque y tuvieran que dejar de esperar. Cuando regresaron ya era muy tarde. Por eso mantente expectante y siempre preparado para recibir al Espíritu de Dios. Dile que lo anhelas más que nunca y pídele que se muestre en tu vida con poder.


[1] Mateo 25:1-5: Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas. Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron.

[2] Mateo 25:6-13: Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas. Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta. Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco. Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir.

[3] Éxodo 30:22-25 (NTV): Luego el Señor le dijo a Moisés: «Recoge especias selectas—seis kilos de mirra pura; tres kilos de canela aromática; tres kilos de cálamo aromático; y seis kilos de casia —calculado según el peso del siclo del santuario. Consigue también cuatro litros de aceite de oliva. Con la misma técnica que emplea un experto fabricante de incienso, combina estos ingredientes para elaborar el aceite sagrado de la unción. 

[4] Mateo 13:53-58: Aconteció que cuando terminó Jesús estas parábolas, se fue de allí. Y venido a su tierra, les enseñaba en la sinagoga de ellos, de tal manera que se maravillaban, y decían: ¿De dónde tiene este esta sabiduría y estos milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas? ¿No están todas sus hermanas con nosotros? ¿De dónde, pues, tiene este todas estas cosas? Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo: No hay profeta sin honra, sino en su propia tierra y en su casa. Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos.

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