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Sublime amor del Padre. Los dos hijos pródigos

Sublime amor del Padre. Los dos hijos pródigos

18 de junio de 2024

Tiempo de lectura: 5 minutos

El sublime amor de Dios transforma simples seres humanos en hijos amados,  eso ocurre cuando recibimos la Palabra de bienvenida del Padre; lo sublime es algo eminente, excepcional, admirable, excelso, majestuoso, maravilloso, que infunde respeto y está más allá de la comprensión humana.

Jesús explica magistralmente este inmerecido amor con la parábola de los dos hijos pródigos, quienes no habían entendido esta realidad, pero las escenas del rol del padre lo ilustran con perfección.[1] En su discurso aparecen tres parábolas para ilustrarlo: la oveja perdida, la moneda perdida y luego podría ser el hijo perdido, pero se conoce como el hijo pródigo.

En realidad eran dos hijos, con dos mentalidades diferentes, uno de ellos se atreve a pedir su herencia en vida, sin pensar que eso significaba desear la muerte del padre, pues no se daba así una herencia, sino hasta la muerte del papá; a pesar de eso, el padre les reparte a ambos lo que les correspondía, al menor una tercera parte y al mayor dos terceras partes.[2]

El hijo menor se va lejos, lo cual significaba dejar en abandono al padre sin preocuparse por él, es el abandono de la realidad. Cuando estaba cerca de casa nada le faltaba, al irse lejos empieza a faltarle todo, así inicia su crisis por malgastar toda su herencia y cae hasta lo más bajo, deseando la comida de los cerdos, que ni eso le querían dar.

Su identidad se había corrompido. Allí reflexionó sobre los jornaleros de su casa y deseó ser uno de ellos, ya no se sentía un hijo, sino un jornalero. El retorno no fue fácil, venía con la vergüenza del fracaso, con el mal olor de su pecado, de los cerdos y del lugar donde vivió. Así de difícil es para quien regresa a la iglesia y hay que recibirlo con amor, compasión y misericordia.

En camino a su casa, al acercarse por el camino el padre lo miró y corrió hacia él porque estaba en su corazón y lo esperaba. Él sabía que algún día, por el mismo camino que se fue, volvería a casa y estaba listo para recibirlo. Aquí se observan varias cosas: a) La gracia y la misericordia de Dios extendida para toda la humanidad. b) Así es como Dios nos ama. De esa manera Dios corre, nos alcanza y nos abraza como hijos, lleno de compasión, sin ver nuestras fallas. c) Dios nos recibe con un abrazo que habla de aceptación, un beso habla de perdón, nos da vestidura nueva que significa cobertura, nos pone un anillo que es símbolo de autoridad y herencia, el calzado nuevo significa prestigio y ministerio y hace una fiesta cuando nos recibe porque en su corazón hay alegría.[3] Así hay más gozo por un pecador que se arrepiente que por 99 justos que no necesitan arrepentimiento.[4]

Cuando llega a casa el segundo hijo se entera del motivo de la fiesta y eso provoca una reacción emocional que manifiesta lo que ya tenía por dentro: enojo, acusación contra el hermano y confrontación contra el padre. El papá salió para rogarle que entrara y ante sus reclamos le recuerda que todo lo que era del padre, también le pertenece como hijo.[5]

Son dos los hijos, con dos mentalidades diferentes, pero la envidia, la amargura y el resentimiento había formado una mente limitada para no disfrutar los beneficios de su identidad y aunque nunca se fue de la casa, vivía con mente de jornalero; se esmeraba como trabajador, pero era un hijo pródigo por dentro. El problema ya no era la fiesta por el hermano perdido, ahora acusa al padre diciendo: a mí nunca me has dado nada.

Aun estando en casa no tiene una notoria identificación con el padre. Cuando tú no estás claramente convencido que eres hijo de Dios, que eres valioso para Él, pues te compró con la sangre de Jesús y estás grabado en el corazón del Padre, olvidas tu identidad en el Señor; entonces cualquiera te señala y te dice esto es lo que tú eres. No permitas que otros te definan, porque tu Padre te ha dado nombre nuevo, te dio identidad de hijo y todo lo del Padre es tuyo.

El jornalero trabaja para su padre por obligación, el hijo sirve a su padre por amor. El jornalero es empleado, el hijo es parte de la familia. El jornalero recibe salario, el hijo recibe provisión y tiene derecho a la herencia por la bendición del padre. El jornalero trabaja para el padre, el hijo proviene del padre y goza de una íntima e inquebrantable comunión de amor y de servicio.

El padre quería celebrar el retorno de su hijo menor, pero también quería celebrar con su hijo mayor, ambos eran pródigos, el menor dejando físicamente la casa y el mayor dejando la casa espiritualmente, porque a veces hay gente sentada junto a ti, pero internamente vive lejos. No obstante, el amor del padre es sublime, lleno de gracia y misericordia y su aceptación para nosotros es incondicional.

En la iglesia del Señor tendremos hijos pródigos como el menor que se va y regresa, otros como el mayor están adentro y rogamos para que algún día entiendan su identidad. Como iglesia estamos llamados a responder como el padre lo hizo con sus hijos, corrió hacia a los dos, los quiso abrazar y los amó. La sociedad necesita verdaderos padres con el corazón del Padre eterno.


[1]Lucas 15:1-3 (RVR1960): Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, 2y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come. 3Entonces él les refirió esta parábola, diciendo:

[2]Lucas 15:11-12 (RVR1960): También dijo: Un hombre tenía dos hijos; 12y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes.

[3]Lucas 15:13-24 (RVR1960): No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse. 

[4]Lucas 15:7 (RVR1960): Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.

[5]Lucas 15:25-32 (RVR1960): Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.

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