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Apatía, fe positiva

02 de julio de 2017

Tiempo de lectura: 6 minutos

Existen dos tipos de fe, la positiva y la negativa, ambas tienen poder. Cuando las personas enfrentan momentos difíciles, a veces comienzan a hablar con la fe negativa: “Hoy no voy a vender nada”, “A ver cómo nos va…” Hay días cuando de plano no nos va bien, tanto que solo falta que un pájaro “nos bendiga”. Un día me sucedió y de verdad, fue un día tan malo que pareció como si yo hubiera llamado al pájaro para que me lanzara su “gracia”. Cuando juegan güija, la aguja se mueve porque crees que así será. El brujo tiene poder porque se lo estás dando tú con esa fe negativa. ¡Es tiempo de levantarnos en fe positiva! Esa fe que nos mueve a creer que todo saldrá bien, que tu familia saldrá adelante y eres tú quien los empuja para que así sea.

En la Biblia leemos lo que yo he llamado la parábola de la flauta porque habla de una generación que parece apática, a quienes se les reprocha no haber atendido al sonido de la flauta que les han tocado ni a los lamentos o advertencias[1]. ¿Imaginas la frustración del flautista? Se viven frustraciones cuando intentamos motivar o quedar bien, pero pasamos inadvertidos. Imagina prepararse para que no haya respuesta. Esta Palabra es para que haya respuesta a cualquier estímulo de parte de Dios. Hay un momento cuando no sabes qué repartir, porque das y nadie recibe lo que ofreces. Hay un espíritu de apatía que se mueve en las iglesias, en las empresas, en los discipulados, los grupos, hay alguien que muchas veces puede decir: “No participo, no seré parte”.

Apatía es un estado de desinterés y falta de motivación y entusiasmo. Indiferencia ante cualquier estímulo externo. Letargo, modorra, no respuesta, adormecimiento, alejamiento. Como empresarios, a veces sentimos apatía de parte de nuestros colaboradores. Queremos que nuestra gente salga adelante, soñamos, trabajamos duro, nos esforzamos, buscamos que nuestros equipos crezcan, que todos se superen, que tengamos éxito para dar mejores sueldos y contratar más personas, pero no vemos motivación ni respuesta. Hay un choque entre la persona que desea estimular y quien no desea recibir estímulo. En el discipulado, uno dice: “Dios me habló, me dijo que hiciéramos este proyecto, organicemos un encuentro”, pero no hay respuesta o peor aún, hay respuesta negativa, cansancio y desánimo. El papá trata de agradar a su familia, el líder trata de agradar a sus discípulos, quien va al frente busca motivar, pero qué difícil es jalar, incentivar al apático. Un empresario ya tiene en la mente la cara del que sabe que no querrá nada. Es muy difícil agradar al apático, no aceptan invitación o proyecto alguno.

Un día que estaba muy afectado por un error que había cometido, se lo comenté a un amigo, y él me dijo: “No seas ‘contreras’. Hay un montón de gente contreras, es decir, contrarios a todo”. Si es negro piden blanco; se quejan por todo, que si los patojos son muy patojos y los viejos son muy viejos. Dios me ha enseñado que debemos echar fuera la apatía, el negativismo, la actitud de ser contrario a todo.

El apático busca inyectar apatía, así como Tomás frente a la muerte de Lázaro, ya que pedía morir con él[2]. Un apático busca contagiar esa actitud porque no se quiere morir solo, quiere que todos mueran con él. ¿Qué pasa con alguien que presenta un proyecto con entusiasmo y no recibe respuesta? Sabe lo que significa meter una semilla en una matriz estéril. Debemos ser como niños, cuya fe es instantánea. Ellos creen rápido que pueden volar porque no han tenido experiencias previas de fracaso. Un niño dice: “Yo puedo lograrlo”. Qué difícil estar con jóvenes que piensan como viejos.

Nuestro Señor nos invita a una cena y convida a muchos, pero algunos ponen excusas[3]. ¿Qué hace Dios con los que no responden? Él no deshonrará la fe del líder, del que propone o busca motivar a los demás. Los padres de familia, los líderes, los empresarios, los que deseamos servir a los demás seguramente cometemos errores, nos equivocamos, y en nombre de todos, hoy pido perdón, pero por favor, vuelvan a creer y acepten la invitación que Dios tiene para cada uno. Algo tiene de virtud el que cree y toma la iniciativa. Los apáticos no proponen nada, no juegan ni dejan jugar. Hay una invitación con tu nombre para servir al Señor. No sé si yo fui la primera opción de los invitados o fui de los que mandaron a traer luego que otros se negaron, pero me aseguro de aceptar esa invitación. Las invitaciones de Dios siempre son buenas. El Señor te invita a Su banquete. Si no quieres, está bien, pero luego, no llores por las consecuencias.

No es fácil salir de un estado de apatía porque es como un letargo, un sueño pesado que te impide moverte[4]. Hay que despertar, resucitar espiritualmente. Déjate ayudar, deja que Dios se meta hoy contigo y te renueve. Despertar, en hebreo viene de “egeiro” que es levantarse de estar sentado o acostado, levantarse de la oscuridad, de la inactividad, la ruina, de la no existencia. Hay personas que parece que no existen, que solo roban oxígeno. Hay que despertar, enderezarse, levantarse, resucitar de la misma ruina. Dejémonos apoyar por alguien que limpie nuestro estado de apatía. ¡Qué difícil es tratar de convencer todo el tiempo! Dale gracias a los que te jalan, te empujan y te llevan, a los que te invitan. Algunos somos regalados para aceptar las invitaciones. Así era Pedro, creo que si preguntaban: “¿Quién camina sobre el agua, quién me niega, quién corta una oreja?”, creo que él se apuntaba a todo. A veces necesitamos egeiro en nuestra vida. A veces no queremos participar en algo porque no queremos decepcionarnos. Tu padre o líder puede fallarte, pero Jesús nunca falla y si te está invitando, no desprecies Su llamado.

Un grupo de personas, una familia es como un barco que puede hundirse si hay un apático, porque él es como el agujero por donde se entra el agua. Nuestra nación necesita gente que haga más de lo que se le pide. ¿Cuántas veces invitas al que no llegó a tu cumpleaños? Solo una vez lo invitas porque el mensaje que te da con su ausencia es “no eres importante, no quiero ser parte de tus invitados”. Cuídate de no enviarle ese mensaje al Señor.

Tienes una invitación, tienes promesas de parte de Dios. Si quieres vivir en lo normal rechaza la invitación, pero si quieres vivir en lo sobrenatural, en lo extraordinario, agarra esa invitación[5] y dile: “Yo me apunto, voy para adelante, me meto en los asuntos divinos, vamos con todo”. Dile al Padre: “Decido aceptar Tu honorable invitación a servirte, me apunto, Señor”.

Una de las señales del apático es la ausencia. De nuevo tomamos el ejemplo de Tomás, quien no estaba con los demás cuando Jesús resucitado los visitó[6]. Debes estar siempre ahí, metido con el Señor, porque el paso siguiente a la apatía es dejar de creer. Evitemos eso, evitemos que el mal se multiplique porque los corazones se enfríen. Mantengamos viva esa llama de la fe al estar juntos en un mismo sentir. Debemos ser creyentes, no seamos como Tomás que tuvo que ver para creer. Seamos bienaventurados porque creemos en Jesús sin haberlo visto en persona. Eres bendecido porque Dios te colma de buenas promesas. Acepta Su invitación, entrégale tu vida y tu corazón, lo que eres y serás, pide perdón por tus fallas, reconócelo como tu Señor y Salvador, cree que irás a Su presencia. ¡Deja a un lado la apatía!


[1] Mateo 11:15-17: El que tiene oídos para oír, oiga. Mas ¿a qué compararé esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas, y dan voces a sus compañeros, diciendo: Os tocamos flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no lamentasteis.

[2] Juan 11:11-16: Dicho esto, les dijo después: Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle. Dijeron entonces sus discípulos: Señor, si duerme, sanará. Pero Jesús decía esto de la muerte de Lázaro; y ellos pensaron que hablaba del reposar del sueño. Entonces Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto; y me alegro por vosotros, de no haber estado allí, para que creáis; mas vamos a él. Dijo entonces Tomás, llamado Dídimo, a sus condiscípulos: Vamos también nosotros, para que muramos con él.

[3] Lucas 14:16-24: Entonces Jesús le dijo: Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está preparado. Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses. Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses. Y otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir. Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Vé pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar. Dijo el señor al siervo: Vé por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena.

[4] Efesios 5:14: Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo.

[5] 2 Pedro 1:4: Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia;

[6] Juan 20:24-29: Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.

 

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