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Deja ir a mi pueblo

Deja ir a mi pueblo

11 de agosto de 2018

Tiempo de lectura: 2 minutos

Vengo de un país donde las Escrituras son ignoradas. Aun dentro de una cultura de iglesia, hay gente que ignora lo que dice la Palabra pero para nosotros un desafío grande como iglesia es verlas como una realidad, tal como las vieron las personas en otros tiempos, y que el Evangelio de Jesús sea agradable para cualquier persona.

Todos necesitamos esperanza, creer de corazón que nuestro mañana será mejor que hoy, pero cuando perdemos la esperanza también perdemos el propósito de nuestra vida. Parte del propósito de Jesús consiste en dar libertad a los que tienen un corazón roto, para que podamos dar nuestro mejor potencial y dar libertad.

Solemos confundir la imagen de Jesús con la imagen de la religión que condena y reprocha, cuando en realidad Él nunca quebrantó el corazón de los pecadores. Él nunca tuvo problemas con las multitudes y, sin embargo, siempre tuvo conflicto con los religiosos.

La religión nos pinta la imagen de un Dios enojado y cruel, y nos hace creer que debemos seguir algunas reglas que “mantienen a Dios contento” y nos da ejemplos de personas que “pueden cumplir las reglas”. Así es como funciona la religión: te enseña que debes ser como tal persona para cumplir tales reglas y mantener a Dios contento, y si no haces, “no calificas como buen cristiano”, creando una cultura de culpa y de vergüenza. Pero en vez de enfocarnos en las reglas, enfoquémonos en Jesús ya que la religión se basa en nuestros méritos, pero una relación con Jesús está basada en sus regalos para nosotros.

El regalo de su justicia no lo merecemos y, sin embargo, nos lo dio.[1] Podemos recibir su perdón, pero no lo podemos ganar porque ya nos lo fue dado. Por eso no permitas que tus errores definan el resto de tu vida. Cuando la gente ve a Jesús y no a la religión logra entender que Él puede sanar quiénes son oprimidos por dentro.


[1] Romanos 5:15: Pero el don no fue como la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo.

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