31 de marzo de 2019
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Cuando Sansón nació, el pueblo de Israel era sometido por los filisteos.[1] Con su venida al mundo Dios cumplió con una doble promesa: le envió al pueblo a alguien para que los librara y le dio a Manoa y su esposa estéril el hijo que esperaban desde hacía mucho tiempo.[2] No iban a ser padres de una persona común, sino de un libertador.
Como el pueblo de Israel y como los padres de Sansón, tú y yo también tenemos promesas de parte de Dios que nos llenan de esperanza: si eres una mujer viuda, Él será tu proveedor; si estás en orfandad, puedes estar seguro de que Él es tu Padre; si te sientes oprimido, en Él puedes encontrar libertad; si estás pasando por enfermedad, Jesús murió para que todos seamos sanos; si pasas por escasez, nuestro Padre proveerá. ¡Todo le va bien a los que le aman! ¿Sabes por qué? Porque Él tiene planes de bien y no de mal y jamás se olvida de sus promesas.
Sabemos que las promesas están ahí porque Él las hizo, pero su plan — o sea, el camino que lleva a esas promesas— es lo que muchas veces nos hace dudar porque cuando empezamos a ver todo cuesta arriba nos preguntamos: “¿Será que esto también es parte del plan de Dios?”
Volvamos al caso de la esposa de Manoa, a quien Dios le prometió un hijo; sin embargo, seguramente pasó por tristeza, soledad. En esta situación es fácil dudar y a veces, como Manoa, sentimos la necesidad de entender el plan para llegar a ver la promesa del Señor aun cuando sepamos que de todas formas se cumplirá.
Cuando recibimos la promesa es muy fácil activarnos en la fe, pero cuando estamos en medio del plan ya es otra historia. Nadie dijo que sería fácil. Es cierto que nos provoca conflicto la necesidad de saber qué pasará mañana, pero no olvidemos que todo corresponde al plan de Dios, así que haz paso a paso lo que debas hacer sin adelantarte y te aseguro que lo verás cumplirse en tu vida porque si cumples con el primer paso, Él te guiará y te revelará lo demás.
Nuestro Padre tiene planes de bien y no de mal para nosotros y no se trata de lo que ahora podemos ver. Yo he pasado por diferentes procesos donde mi fe se ha puesto a prueba. Primero mi esposa y luego mi hija. Ambas con situaciones muy delicadas de salud en menos de un año. Mi reacción inmediata fue decir “Ya me cansé”, porque, aunque amo a Dios llega un punto en el que uno se desespera, pero en esos momentos lo único que nos queda es confiar que Él no olvida sus promesas.
Ahora mismo sigo en medio del plan de Dios. Mi hija aún está pendiente de operarse, pero confío en que todo saldrá bien porque, aunque sigo sin entender lo que ha pasado en mi vida durante el último año, hay una promesa que dice que mi hija será profeta, que viajará por el mundo y que escribirá canciones para Dios, y de esa promesa me agarro para confiar que todo saldrá bien con su operación.
Cuando estés en medio de un problema emocional o mental, no olvides que todo es parte del plan perfecto del Señor y no dudes que verás cumplirse todas sus promesas. Porque no se trata del plan, sino de su creador: si Él dice que te bendecirá es porque así lo hará. Viene la mejor etapa de tu vida, y no porque te lo dice un pastor, sino porque lo dice Dios. Aunque el plan parezca difícil, hay una promesa por la cual debes ver hacia adelante. Recuerda que tú caminas con la bendición de nuestro Padre.
[1] Jueces 13:1: Los hijos de Israel volvieron a hacer lo malo ante los ojos de Jehová; y Jehová los entregó en mano de los filisteos por cuarenta años.
[2] Jueces 13:2-14: Y había un hombre de Zora, de la tribu de Dan, el cual se llamaba Manoa; y su mujer era estéril, y nunca había tenido hijos. A esta mujer apareció el ángel de Jehová, y le dijo: He aquí que tú eres estéril, y nunca has tenido hijos; pero concebirás y darás a luz un hijo. Ahora, pues, no bebas vino ni sidra, ni comas cosa inmunda. Pues he aquí que concebirás y darás a luz un hijo; y navaja no pasará sobre su cabeza, porque el niño será nazareo a Dios desde su nacimiento, y él comenzará a salvar a Israel de mano de los filisteos. Y la mujer vino y se lo contó a su marido, diciendo: Un varón de Dios vino a mí, cuyo aspecto era como el aspecto de un ángel de Dios, temible en gran manera; y no le pregunté de dónde ni quién era, ni tampoco él me dijo su nombre. Y me dijo: He aquí que tú concebirás, y darás a luz un hijo; por tanto, ahora no bebas vino, ni sidra, ni comas cosa inmunda, porque este niño será nazareo a Dios desde su nacimiento hasta el día de su muerte. Entonces oró Manoa a Jehová, y dijo: Ah, Señor mío, yo te ruego que aquel varón de Dios que enviaste, vuelva ahora a venir a nosotros, y nos enseñe lo que hayamos de hacer con el niño que ha de nacer. Y Dios oyó la voz de Manoa; y el ángel de Dios volvió otra vez a la mujer, estando ella en el campo; mas su marido Manoa no estaba con ella. Y la mujer corrió prontamente a avisarle a su marido, diciéndole: Mira que se me ha aparecido aquel varón que vino a mí el otro día. Y se levantó Manoa, y siguió a su mujer; y vino al varón y le dijo: ¿Eres tú aquel varón que habló a la mujer? Y él dijo: Yo soy. Entonces Manoa dijo: Cuando tus palabras se cumplan, ¿cómo debe ser la manera de vivir del niño, y qué debemos hacer con él? Y el ángel de Jehová respondió a Manoa: La mujer se guardará de todas las cosas que yo le dije. No tomará nada que proceda de la vid; no beberá vino ni sidra, y no comerá cosa inmunda; guardará todo lo que le mandé.
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