10 de diciembre de 2024
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La historia de la torre de Babel es una descripción del esfuerzo humano por alcanzar las alturas, para hacerse un buen nombre sobre la tierra y dejar un testigo de su lucha por el desarrollo o superación por mérito propio.[1] Muchos de los errores y sucesos que se llevaron a cabo en la torre de Babel guardan gran similitud con lo que está sucediendo en nuestro mundo, y en la iglesia de nuestros días.
Los descendientes de Noé recordaban la exterminación del resto de la humanidad. De ellos procedían naciones y grandes pueblos, pero antes de su dispersión hablaban un solo idioma, mientras se multiplicaban, según describe el libro de Génesis.[2] Entonces, ¿qué motivó el desacuerdo de Dios en la construcción de la torre de Babel?
El deseo humano de sobrepasar la autoridad de Dios genera una lucha de poder para construir una gran ciudad en la torre de Babel como símbolo humano que Dios derribó. Estas nuevas generaciones de Noé habían sido nómadas, pero deseaban establecerse porque anhelaban un hogar, construir un reino, pero eso no era a lo que Dios los había enviado y tuvo que detenerlos.
Los medios de comunicación, la política y la educación, todo en este planeta nos impulsa a edificar nuestro propio imperio, nuestra propia torre. Hay tres puntos de esta historia de Babel que nos impiden establecer el reino de los cielos y conducen a establecer el nuestro acá en la tierra, debemos decidir si vamos a edificar el reino de Dios o nuestro propio reino.
La llanura de Sinar a donde llegaron era un valle. A simple vista, quizá no tenía nada de malo quedarse en ese lugar, pero los detalles de su migración y establecimiento eran opuestos a lo establecido por Dios.[3] Así postergaban o no obedecían el mandato de Dios para ir y extenderse a lo largo de la tierra, multiplicándose, con eso decían: “mis decisiones, mis maneras son mejores que las tuyas”.
Cuando Dios llama lo hace poniendo convicciones en el corazón, con instrucciones precisas y no cumplirlas es desobediencia.
Ellos usaron ladrillos fabricados por ellos mismos, en vez de piedras y asfalto que eran los medios de la naturaleza. Con esta estructura, manipulando a Dios para que descienda o para ellos llegar a ser igual a Dios, este pueblo no solo desobedeció mandatos divinos, pero luego quería establecer sus propios términos, intentando ganarse la cercanía a Dios con grandes obras arquitectónicas.
En la iglesia, en la familia y el trabajo podemos usar nuestros méritos propios, como una escalera que nos permita ascender para estar cerca de Dios, pero no para contribuir al reino de Dios, sino a nuestros propios proyectos o intereses sin diferenciar entre méritos o adoración.
Como humanos siempre se ha buscado la fama, la influencia, el poder, la seguridad y el confort. En Babel estaban usando a Dios como excusa, pero estaban levantando un monumento para enaltecer su propio nombre. Si las torres que vayas construyendo están a tu nombre no vas a encontrar plenitud porque no fuiste creado para ser satisfecho con logros humanos. Que Dios nos libre de estar edificando las torres incorrectas.
Como Dios nos ama, viene a intervenir para que cambiemos el lenguaje y nos sintamos confundidos hasta empezar a cambiar el enfoque de nuestra vida. ¿Cómo es la torre que estás construyendo? ¿Qué imperio, qué reino estás construyendo?
Dios interviene para redimirnos y dirigir nuestra vida hacia su propósito. En Babel se desencadenó la historia de redención divina porque no era el verdadero hogar de esta gente, ellos necesitaban llenar esa plenitud que todos llevamos adentro, pero no fuimos creados para satisfacer nuestra propia existencia.
Después de ese acontecimiento aparece Abraham, otro descendiente de Noé, quien recibe la promesa de la tierra prometida y la bendición de Dios para ir a buscarla y poseerla.[4] En Babel todo lo que el pueblo intentó tomar de Dios a la fuerza, Dios se lo dio a Abraham como un regalo, no solamente para él sino para su descendencia y todas las familias de la tierra.
Todo lo que este mundo quiere tomar a la fuerza Dios nos lo ha dado como regalo en la persona de Jesucristo, descendiente directo de Abraham. Luego de resucitar, Jesús envió a su Espíritu Santo para que ahora tú y yo seamos su templo y como iglesia seamos su cuerpo aquí en la tierra, ya no tenemos que ganar nuestra escalera al cielo porque Jesucristo descendió en forma de hombre para servir a la humanidad y morir hasta la muerte de cruz para comprarnos salvación.
No tenemos que aclimatarnos a la cultura y pertenencia de una nación rota porque somos ciudadanos del cielo y la ciudad de Dios nos espera.[5] ¿Qué vamos a hacer con el tiempo que nos queda? ¿Anhelas esa ciudad que Dios ha preparado? Porque es el destino que Dios construyó y es para quienes la desean.
Despierta el llamado que Dios ha puesto sobre tu vida para edificar lo eterno, su reino de saciar a los hambrientos, de sanar a los enfermos, de predicar las buenas noticias. ¡Es hora de que la iglesia despierte!
[1]Génesis 11:1-9 (NVI): En ese entonces se hablaba un solo idioma en toda la tierra. Al emigrar al oriente, la gente encontró una llanura en la región de Sinar y allí se establecieron. Un día se dijeron unos a otros: Vamos a hacer ladrillos y a cocerlos al fuego. Fue así como usaron ladrillos en vez de piedras y asfalto en vez de mezcla. Luego dijeron: construyamos una ciudad con una torre que llegue hasta el cielo. De ese modo, nos haremos famosos y evitaremos ser dispersados por toda la tierra. Pero el Señor bajó para observar la ciudad y la torre que los hombres estaban construyendo. Entonces el Señor dijo: Todos forman un solo pueblo y hablan un solo idioma; esto es solo el comienzo de sus obras y todo lo que se propongan lo podrán lograr. Será mejor que bajemos a confundir su idioma para que ya no se entiendan entre ellos mismos. De esta manera el Señor los dispersó desde allí por toda la tierra; por lo tanto, dejaron de construir la ciudad. Por eso a la ciudad se le llamó Babel, porque fue allí donde el Señor confundió el lenguaje de todos los habitantes de la tierra y los dispersó por todo el mundo.
[2]Génesis 9:1 (NVI): Dios bendijo a Noé y a sus hijos con estas palabras: ¡Sean fructíferos, multiplíquense y llenen la tierra!
[3]Génesis 3:24 (NVI): Luego de expulsarlo, puso al oriente del jardín del Edén a los querubines y una espada ardiente que se movía por todos lados para custodiar el camino que lleva al árbol de la vida.
[4]Génesis 12:1-3 (RVR1960): Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.
[5]Hebreos 11:8-16 (NVI): Por la fe Abraham, cuando fue llamado para ir a un lugar que más tarde recibiría como herencia, obedeció y salió sin saber a dónde iba. Por la fe se radicó como extranjero en la tierra prometida y habitó en tiendas de campaña con Isaac y Jacob, herederos también de la misma promesa, porque esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor. Por la fe incluso Sara, a pesar de su avanzada edad y de que era estéril, recibió fuerza para tener hijos, porque consideró fiel al que le había hecho la promesa. Así que de este solo hombre, ya en decadencia, nacieron descendientes numerosos como las estrellas del cielo e incontables como la arena a la orilla del mar. Todos ellos vivieron por la fe y murieron sin haber recibido las cosas prometidas; más bien, las miraron y les dieron la bienvenida desde la distancia. También confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Al expresarse así, claramente dieron a entender que andaban en busca de una patria. Si hubieran estado pensando en aquella patria de donde habían emigrado, habrían tenido oportunidad de regresar a ella. Antes bien, anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Por lo tanto, Dios no se avergonzó de ser llamado su Dios y les preparó una ciudad.
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