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Resurrección: nuestra victoria

16 de abril de 2017

Tiempo de lectura: 4 minutos

Dentro de nosotros opera un poder especial que tiene que ver con una palabra: resurrección. Claro que antes de la resurrección debe haber muerte, lo que realmente nos desagrada. Hablar del fin de la vida nos desagrada y asusta; la mencionamos con temor, pero realmente la muerte es de lo poco que sin duda enfrentaremos. Dice la Palabra que algunos resucitarán para gloria y otros para vergüenza, pero así será. ¿Por qué nos da miedo la muerte? Por la separación, por lo que implica la pérdida. Sufrimos cuando una persona amada muere porque dejamos de disfrutar de su compañía. La ausencia de familiares y amigos nos causa inseguridad, tristeza y dolor. La proximidad de la muerte es tan aterradora que incluso cuando nos hacemos algunos exámenes médicos y nos dicen que le enviaron los resultados al médico, nos asustamos al pensar que las noticias son malas y que vamos a morir.

Recuerdo que cierta vez, estábamos varios pastores en una reunión y uno de ellos dijo: “Ya estoy mayor, he trabajado por el Reino, pero seguro no me falta mucho para morir”. Entonces, otro le respondió: “Amigo, es cierto, puede ser que se muera en siete años o en siete días”. ¡No era lo que esperábamos que le dijera! Porque pensamos que lo iba a reprender por hablar muerte, pero su mensaje fue que realmente, para nosotros, los cristianos, la muerte no debe ser traumática, ya que sabemos que no es sinónimo de final sino de principio. Los humanos estamos obsesionados por vivir más, por encontrar la fórmula de la inmortalidad, pero cuando vemos todo el panorama, cuando comprendemos que hubo alguien que murió y resucitó por cada uno de nosotros, aprendemos a confiar en nuestra esencia como seres que aprecian su vida más allá de la muerte.

Hablar de muerte es pensar en materia corruptible, así que hablar de inmortalidad es pensar en trascender, en vencer a la naturaleza para ser incorruptibles. Jesús lo logró y por eso nosotros ya tenemos esa victoria[1]. El mundo sueña con evitar morir, sueña con lo que nosotros tenemos: la promesa de inmortalidad. Los hijos de Dios no tenemos miedo a morir. Estamos de paso en la tierra, somos peregrinos y extranjeros, no nos aferramos a este mundo, por eso comprendemos la muerte de otra forma, la aceptamos, aunque no nos rendimos ante ella, porque el Espíritu de Jesús mora en nosotros y llegará el día cuando Él nos resucitará. Es más, sabemos que nuestros días serán eternos en un lugar sin peligro, sin temor, en el cielo, donde ya no habrá más aflicción.

Jesús no solo resucitó, Él es la resurrección y la vida[2], así que, al recibirlo, recibiste una poderosa semilla que empezará a echar raíces y germinará. Dios nos mandó a sanar, liberar, restaurar, proclamar las buenas nuevas en la tierra. Y una de esas buenas noticias es la vida eterna. ¡Proclamemos que Jesús fue el primero en resucitar! Claro que muchos resucitaron antes, pero todos ellos volvieron a morir. Jesucristo resucitó para nunca volver a morir. Levanta tu dedo índice y repite que Jesús fue la primicia de la vida eterna. Sabemos que cosechamos lo que sembramos, Dios quería hijos, por eso, “sembró” a Su único Hijo. Esa semilla fue regada con sudor, lágrimas y sangre, pero germinó. Dios nos quería, así que ofrendó a Su Primogénito, y de esa forma nos dio ejemplo de dar para recibir.

Jesús es vida y nos regaló vida[3]. Dios buscaba la forma de recuperar a Sus hijos, por eso envió jueces y profetas, pero finalmente envió a Su Hijo. Claro que hay poder en la cruz, pero no nos podemos quedar a la mitad de la película, porque el gran acontecimiento es la resurrección, no la crucifixión. Nuestra historia no termina en muerte sino en vida. Incluso los que no creen, resucitarán, pero lo harán para condenación, por eso es importante compartir el Evangelio, porque nosotros tenemos la clave de la inmortalidad y debemos compartirla. Tenemos un hogar eterno, preparado para adorar a nuestro Padre. Es el lugar más hermoso, donde hay un mar de cristal y calles de oro, un paraíso donde viviremos para Jesús.

Cuando Jesús resucitó, dice la Biblia, que a los jefes de entonces les urgía hacer creer que no había sucedido tal acontecimiento, por eso, incluso sobornaron a los soldados que cuidaban el sepulcro[4]. Pero Jesús dejó evidencia al presentarse delante de testigos. Por eso, se apareció a Magdalena y a los discípulos en varias ocasiones, incluso se apareció a quienes no lo conocían, como Pablo. Ahora, nosotros somos Sus testigos, Él está en nuestro corazón y a la diestra del Padre. Y si tú quieres, Jesús aparecerá en tu casa, porque Él vive para siempre, es la vid y nosotros somos los pámpanos, unidos a Él y al Padre.

No sabemos cuánto viviremos en este mundo, pero sabemos que este es solo un capítulo en nuestra existencia, aún no es el final de la película. Tu historia no termina con la muerte, porque tenemos alguien que vino a rescatarnos y salvarnos de esa derrota. Somos parte de una historia épica donde el héroe muere, pero también resucita y vence. Estamos rodeados de personas que desean vivir eternamente y tenemos una buena noticia que compartirles: ¡todos resucitaremos para adorar al Señor! Cierra tus ojos y abre tu corazón a Jesús como tu héroe, vencedor de la muerte y dador de vida, porque solo Él puede resucitar tus sueños, tu ánimo y tu fe en la eternidad.


[1] 1 Corintios 15:54: Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?

[2] Juan 11:25: Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.

[3] 1 Corintios 15:20-23: Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.

[4] Mateo 28:12-13: Y reunidos con los ancianos, y habido consejo, dieron mucho dinero a los soldados, diciendo: Decid vosotros: Sus discípulos vinieron de noche, y lo hurtaron, estando nosotros dormidos.

 

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