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Unos por otros

Unos por otros

20 de febrero de 2022

Tiempo de lectura: 5 minutos

Nuestro paso por esta Tierra no tendría ningún sentido si no tuviéramos a facultad de amar a otras personas. Somos instrumento de Dios para llevar a las personas a los pies de Cristo.

Jesús contó la historia de un hombre que fue asaltado, herido y despojado de sus pertenencias. Al verlo, un sacerdote y un levita lo ignoraron, pero un samaritano, en cambio, cuidó de él y lo llevó a un hostal para resguardarlo. Allí, el samaritano entregó dos denarios al mesonero del hostal para que este continuara cuidando del hombre. Y le aseguró, además: “Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese”.[1]

Ya antes he usado este pasaje bíblico para ejemplificar tres tipos de actitudes humanas: los ladrones actuaron movidos por la codicia y la envidia (“lo que es tuyo, quiero que sea mío”); el sacerdote y el levita que pasaron de largo actuaron con indiferencia y egoísmo (“yo no te hago mal, pero tus problemas son tuyos y cada uno con su vida”); mientras que el samaritano actuó con bondad y generosidad (“lo mío también puede ser tuyo”).

Si nos ponemos en los pies del hombre herido y despojado, la indiferencia de otros ante su malestar podría doler igual o incluso más que el mismo agravio físico. Pero el samaritano no solo lo auxilió, sino que le hizo ver que no estaba solo. ¿Acaso no hay un valor inmenso en eso? Notemos además que el samaritano no pudo quedarse con él todo el tiempo: tuvo que irse, quizá tenía trabajo que cumplir en otra ciudad y por eso dejó al hombre herido al cuidado del mesonero; sin embargo, sus responsabilidades no le impidieron ayudar.

En un contexto más actual, si comprendiéramos que llevar a las personas a los pies de Cristo no es trabajo de unos cuántos, sino de todos, cada uno haría su parte sin verlo como un sacrificio. Se trata de ser como los tres mosqueteros: todos para uno y uno para todos (esa es la esencia que buscamos transmitir en Casa de Dios). Así como el samaritano se lo pidió al mesonero, Jesús también espera que cuidemos de las personas. Si Él mismo nos encomendó esta misión, ¿cómo crees que nos recompensará? Nadie nos pide que abandonemos nuestro trabajo o proyectos personales por cumplir con nuestro llamado.

No menosprecies a nadie cuando se trate de ayudar, pero tampoco cuando se trate de ser ayudado. En el Antiguo Testamento leemos la historia de Naamán, general del ejército sirio. Este hombre tenía lepra y para sanar su enfermedad pidió ayuda al profeta Eliseo. Este, en vez de presentare personalmente ante él, le envió a un mensajero con instrucciones, lo cual ofendió al general por creerse superior a un mensajero,[2] hasta que sus propios criados le hicieron entrar en razón y fue sano.[3]

No menospreciemos a nadie solo porque no tiene un título rimbombante. Tampoco nos menospreciemos a nosotros mismos creyéndonos incapaces de desempeñar una tarea importante. Para que la sanidad de Naamán fuera posible, él debió tener fe en el mensajero, pero también el mensajero debió confiar en sí mismo.

Debemos estar para servir a los demás. Es cierto que la fe y la salvación es un asunto personal, pero hay personas cuya sanidad y conocimiento de Cristo dependen de nuestro servicio. En el Nuevo Testamento leemos que un paralítico fue sano y le fueron perdonados sus pecados gracias a que sus amigos se movieron por él.[4] Por eso te invito a reflexionar: ¿por qué ir en soledad a tu iglesia cuando puedes invitar a alguien más que no conoce de Cristo? ¿Será que no estás tomando conciencia de que no solo eres hijo de Dios, sino también colaborador Suyo?

No seas indiferente con las personas. No seas de los que solamente dicen: “Que Dios lo ayude”, o “Yo no puedo ahora, pero seguramente alguien más lo ayudará”. Este tipo de pensar es la razón por la que a nuestro alrededor aún hay gente que lleva años buscando una mano amiga[5] sin encontrarla. La vida sin compromiso no vale la pena vivirla, por eso te invito a demostrarle a Dios que es un alto honor ser colaborador Suyo al servicio de los demás.


[1] Lucas 10:30-35: Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese.

[2] 2 Reyes 5:9-11: Y vino Naamán con sus caballos y con su carro, y se paró a las puertas de la casa de Eliseo. Entonces Eliseo le envió un mensajero, diciendo: Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio. Y Naamán se fue enojado, diciendo: He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra. 

[3] 2 Reyes 5:13-14: Mas sus criados se le acercaron y le hablaron diciendo: Padre mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio? Él entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio.

[4] Marcos 2:1-5: Entró Jesús otra vez en Capernaum después de algunos días; y se oyó que estaba en casa. E inmediatamente se juntaron muchos, de manera que ya no cabían ni aun a la puerta; y les predicaba la palabra. Entonces vinieron a él unos trayendo un paralítico, que era cargado por cuatro. Y como no podían acercarse a él a causa de la multitud, descubrieron el techo de donde estaba, y haciendo una abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico. Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados.

[5] Juan 5:2-9: Y hay en Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, un estanque, llamado en hebreo Betesda, el cual tiene cinco pórticos. En estos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua. Porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque, y agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese. Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano? Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo. Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo. Y era día de reposo aquel día.

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