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El hombre de la presencia

El hombre de la presencia

03 de agosto de 2015

Tiempo de lectura: 4 minutos

Cuando regresas de viaje o vas a ver alguna película, las personas que te encuentran te preguntan cómo te fue, qué viste. Los cristianos sabemos que delante de la presencia de Dios siempre encontraremos cosas maravillosas y muchos nos preguntarán cómo es sentirse delante de Él. La Biblia dice que en Su presencia hay plenitud de paz y delicia. Así que debemos compartir esa experiencia maravillosa de ser, como yo suelo llamarlo, “hombres y mujeres de la presencia”, es decir, quienes nos acercamos al Padre para escucharle, adorarle y ser renovados.

David, por ejemplo, fue un hombre así, fue un adorador que incluso escribió muchos de los salmos en la Biblia, ya que disfrutaba de vivir delante de la presencia de Dios. Por eso, el Señor dijo que era un hombre conforme a Su corazón, porque pasaba tiempo junto a Él. Los salmos se conocen como el libro de los cánticos, de las alabanzas, es decir que es un libro para exaltar y adorar al Señor. Son versos que manifiestan la emoción de un ser humano que ha encontrado lo mejor de la vida: la presencia del Señor. Así que disfrutémoslos, honremos a Dios con ellos.

Sabemos que David fue pastor, guerrero, músico, rey y también pecador, pero su entrega a Dios fue tan humilde y extraordinaria que logró conmoverlo, ya que entraba delante de Él sin mayores peripecias o protocolos; se prendía del corazón del Padre como un niño al cuello de su papá cuando vuelve a casa, como una esposa abraza a su esposo al final del día. Sabemos que desde que David fue ungido, el Espíritu Santo moró en él, por eso, casi se decía que era poseído por el Señor,[1] quien lo formó como a un hijo especialmente amado.

David, en el Salmo 1, nos enseña cómo ser hombres y mujeres de la presencia de Dios, personas bienaventuradas que prosperamos en todo porque hacemos de la ley de Jehová nuestra delicia[2]. Desde el momento cuando nos acercamos, Él nos pone un nuevo nombre, nos llama tres veces bendecidos. Esa es nuestra nueva identidad al entrar delante de la presencia del Padre, porque cuando Él nos ve, lo que mira es Su reflejo, como si estuviera delante de un espejo. Cuando entramos a Su presencia, Él ve Su imagen, no nuestra derrota, nuestros pecados o vergüenza. Él no ve lo que nosotros percibimos, sino lo que podemos ser. Cuando el Señor se encuentra con un adorador, un hombre de la presencia, lo primero que hace es advertirle sobre el propósito que tiene para él, su identidad. Lo que resuena en el cielo es: “Allí viene un dichoso, un bendecido”. ¡En la presencia de Dios, ya tienes un nuevo nombre de honra! El Señor se satisface al ver a un adorador entregado al Él, por lo que, además de un nuevo nombre, le da un destino, ya que le dice que todo lo que haga saldrá bien, que todo lo emprenda prosperará. ¡Entrar delante de la presencia de Dios nos cambia la vida!

El Salmo 1 también dice que el hombre de la presencia del Señor evita relaciones negativas, porque no anda en consejo de malos. Sabemos que los consejos abundan, sin embargo, un adorador tiene discernimiento y no se deja influir por lo malo que puede alterar su relación con Dios. No podemos evitar lo que sucede a nuestro alrededor, pero sí podemos evitar que esos pensamientos nos contaminen. Tú, como hombre de la presencia del Señor, eres diferente porque amas Su Palabra, te deleitas en ella, vives y caminas conforme a ella, lo cual provoca que todo te vaya bien. Al ser hombres y mujeres de la presencia somos como árboles plantados junto a corrientes de agua. Así que tenemos promesa de una vida fértil, productiva porque nos hemos afianzado en la fuente del bien: nuestro Señor. Estar junto a Dios nos asegura el éxito, ¡qué gran promesa!

Tu vida, tu trabajo, tu familia, todo cuanto emprendes da mucho fruto porque eres  como árbol plantado junto a la ribera del río de Dios. Tu fe en el Señor te sostiene en todo momento, porque sabes que Él cumple Sus promesas[3]. Si confiamos en nuestro Padre, seremos como semilla en el desierto que produce una palmera y forma parte de un oasis, a pesar de la adversidad. No sé cómo está tu vida hoy, puede que sea un desierto, pero te aseguro que el viento del Espíritu Santo te llevará junto al Señor y producirás mucho fruto. Así es la presencia de Dios que nunca se endurece, nunca se amarga, siempre deleita y uno quiere más. Demos gracias a Jesús porque con Su sacrificio nos dio la libertad para entrar en el Lugar Santísimo y gozarnos con la presencia del Padre[4].

Acércate a Dios para que te llene con Su presencia. Planta tu vida en esa corriente de agua viva que te llenará y te bendecirá abundantemente. Si te estás ahogando, quemando, secando y necesitas nueva vida, el Espíritu Santo quiere renovarte y darte más de Su Presencia. Desde ahora, tu nombre ha cambiado, el Señor no te ve como fracasado o pecador, a partir de hoy eres llamado bienaventurado. Este es un día que Dios ha marcado para ser el comienzo de una vida extraordinaria para ti.  Dile: “Padre, te recibo, te reconozco como mi Señor y Salvador, de tu lado no me arranca nadie porque seré alguien que se deleita y se renueva con Tu presencia”.


Versículos de Referencia:

[1] 1 Samuel 16:13 comparte: Y Samuel tomó el cuerno del aceite, y lo ungió en medio de sus hermanos; y desde aquel día en adelante el Espíritu de Jehová vino sobre David. Se levantó luego Samuel, y se volvió a Ramá.

[2] Salmo 1:1-3 enseña: Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará.

[3] Jeremías 17:7-8 (NTV) proclama: »Pero benditos son los que confían en el Señor  y han hecho que el Señor sea su esperanza y confianza. Son como árboles plantados junto a la ribera de un río con raíces que se hunden en las aguas. A esos árboles no les afecta el calor ni temen los largos meses de sequía. Sus hojas están siempre verdes y nunca dejan de producir fruto.

[4] Hebreos 10: 19-22  relata: Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura.

 

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