¿Te ha pasado que en una semana muy buena tienes un dÃa malÃsimo (o viceversa)? Recuerdo el nacimiento de mi hija, Ana Gabriela, cuando todos los dÃas que precedieron fueron de mucha felicidad, pero el dÃa del parto se complicó todo en un lapso de dos horas de tal manera que tanto ella como mi esposa estuvieron en riesgo de muerte. Durante el parto me dispuse a orar por fe y al final bendito Dios que las salvó a ambas. Eso fue lo mejor que nos ocurrió en aquellos dÃas.
La vida está llena de altibajos. Hay momentos muy buenos o malos, pero de una u otra forma terminan en victoria si actuamos por fe. Jesús, luego de tres años de ministerio y de victoria tras victoria, vivió los peores dÃas antes de Su crucifixión. Pero aquella semana no empezó mal: entró en Jerusalén y lo recibieron como rey. ¡Qué mejor augurio para una excelente semana! Sin embargo, no fue asÃ. Los malos momentos empezaron cuando en Getsemanà se mostró vulnerable ante Sus discÃpulos y les pidió a que permanecieran con Él;[1] sin embargo, no sintió el apoyo de ellos, pues pudieron velar siquiera una hora.[2]
Asà nos pasa a veces: apoyamos a otras personas, pero cuando más necesitamos de alguien, nadie nos apoya. Todos le hemos hecho falta a alguien y nos han hecho falta a nosotros. Incluso a Dios le hemos fallado al no apoyarle esmerándonos con nuestro servicio del mismo modo como nos esmeramos cuando se trata de recibir algo para nuestro beneficio. Pero Jesús es experto en manejar este tipo de situaciones y nos enseña que, si alguien no nos apoya, no debemos pagarle de la misma manera porque Él siguió amando a sus discÃpulos.
Sin embargo, el sufrimiento de Cristo no terminó ahÃ. Luego apareció Judas para traicionarlo a cambio de treinta monedas de plata (equivalentes a $300 dólares estadounidenses actuales). Pero no fue solo la traición, sino la forma de hacerlo. Y más tarde, cuando ya estaba crucificado, los romanos se burlaron de Él, diciéndole que si era el rey de los judÃos bajara de la cruz. Fue entonces cuando se sintió abandonado hasta de Su Padre, pero a pesar de su dolor y su confusión, le encomendó Su EspÃritu porque sabÃa que iba a resucitar tres dÃas después.
Es en este punto donde nos damos cuenta de la importancia de la oración de Jesús en GetsemanÃ, ya que fue la oración la que le permitió soportar Su pasión. Por eso, aunque la gente no te apoye, te traicione o te abandone, la oración es la clave para soportar y sobrepasar todo. De hecho, Jesús aún tuvo ánimos para dirigirse al ladrón arrepentido y a Juan para encomendarle a Su madre.[3]
Todo aquel sufrimiento de Cristo tuvo un propósito y, antes de que terminara esa misma semana tan convulsa y llena de altibajos, Él resucitó.[4] Ese fue el mejor dÃa de la peor semana. ¡No pudo terminar de mejor manera! Por eso quiero terminar mi mensaje invitándote a compartir con todas las personas las buenas nuevas sobre aquella resurrección que nos redimió de nuestros pecados.
[1] Mateo 26:36-38: Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama GetsemanÃ, y dijo a sus discÃpulos: Sentaos aquÃ, entre tanto que voy allà y oro. Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquÃ, y velad conmigo.
[2] Mateo 26:39-41: Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mÃo, si es posible, pase de mà esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. Vino luego a sus discÃpulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Asà que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espÃritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.
[3] Juan 19:25-27: Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, MarÃa mujer de Cleofas, y MarÃa Magdalena. Cuando vio Jesús a su madre, y al discÃpulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahà tu hijo. Después dijo al discÃpulo: He ahà tu madre. Y desde aquella hora el discÃpulo la recibió en su casa.
[4] Juan 20:11-18: Pero MarÃa estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús habÃa sido puesto. Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. Cuando habÃa dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allÃ; mas no sabÃa que era Jesús. Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. Jesús le dijo: ¡MarÃa! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro). Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Fue entonces MarÃa Magdalena para dar a los discÃpulos las nuevas de que habÃa visto al Señor, y que él le habÃa dicho estas cosas.
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