04 de septiembre de 2016
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Cuando Jesucristo vino al mundo, nos trajo una nueva relación con Dios al enseñarnos que es nuestro Padre y que podemos comunicarnos con Él. Esa es una revelación que causó revuelo en la humanidad porque para el pueblo de Israel no había hijos de Dios, solo había pueblo de Dios.
Sabemos que Jesús es Hijo de Dios y también fue hijo de hombre porque fue engendrado por el Espíritu en el vientre de María y fue adoptado por José. En nosotros, la situación es inversa, somos hijos de hombre y recibimos la bendición de ser adoptados como hijos de Dios. Jesús vino a sufrir a la cruz lo que le correspondía sufrir al hijo del hombre, para darnos los derechos como hijos de Dios. Él sufrió el castigo que nosotros merecíamos. Como hijo de Dios, nacido de nuevo, tienes gran valor y poder, pero no lo aprovechas, porque se necesita pasar tiempo con el Padre, leer y creer Su Palabra para saberlo.
Hasta el diablo lo sabe, por eso le dijo a Jesús: “Si eres hijo de Dios, pide que las piedras se conviertan en pan”. No le dijo: “Si eres el Hijo de Dios”, porque sabía que nosotros también somos hijos por adopción. ¿Ves? Hasta él nos revela grandes verdades que nos corresponde creer para aplicar a nuestra vida. Los ataques del enemigo revelan el tiempo cuando estás a punto de ser bendecido con algo bueno que viene a tu vida. Tienes el gran privilegio de ser hijo de Dios y no lo aprovechas. Si te dicen que hace cinco años heredaste un millón de dólares, te escandalizas porque eras millonario y no lo sabías. Lo mismo sucede cuando descubres todas las bendiciones que te has perdido por no leer y creer las Escrituras que se encarga de comunicarnos lo que nos pertenece. Cuando oramos el Padre nuestro, santificamos Su nombre, le aseguramos que perdonamos, le pedimos perdón y que se haga en la tierra lo que ya ha sucedido en el cielo; le pedimos que venga esa bendición que Él ya tiene preparada; incluso le pedimos que nos dé el pan de cada día. El pan es nuestro, pero Dios lo tiene, así que debemos pedirlo. Si le pides lo que es tuyo, Él te lo dará, porque ya lo tiene reservado para ti. Convéncete, por promesa, la sanidad nos pertenece. ¡Pídela, arrebátala!
¡Ya recibimos sanidad! El profeta Isaías habló de que Jesús llevó nuestras enfermedades y dolores y por Su llaga fuimos curados cuando aún faltaban siglos para que se cumpliera la venida del Señor, pero habla en pasado porque para Dios esa restauración y bendición ya se dio[1]. También lo vemos con Abraham, quien primero se llamaba Abram que significa “El padre es exaltado”, pero luego, Dios le puso el nombre que todos conocemos y que significa “Padre de muchas gentes”. Ese cambio de identidad sucedió cuando aún no tenía hijos y su esposa era estéril, sin embargo, nuestro Padre le cambió el nombre porque llama a las cosas que no son como si fuesen; en el tiempo de Dios, todas esas promesas ya se habían cumplido. Él puede hablar con tus nietos, incluso cuando aún eres soltero. Si Dios ya lo dijo, nos corresponde decir: “Sí, lo creo” y esforzarnos para que esa promesa se cumpla. La Palabra dice que en los lomos de Abraham, su bisnieto, leví, pagó los diezmos. Es decir que Dios veía la descendencia de Abraham aun hasta la cuarta generación.
Los médicos pueden decir que eres estéril, pero si Dios ya vio en tu vientre a tus bisnietos, seguro tu descendencia está asegurada. El profeta habla en el lenguaje de Dios y nosotros también debemos hacerlo. Nombremos lo que no ha sido, como si fuera. En el nombre de Jesús, ya has recibido tu milagro de sanidad porque nuestro Padre es poderoso y desea bendecirte.
[1] Isaías 53:4-5: Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.
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