23 de septiembre de 2008
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Vivimos apresurados, afanados por muchas situaciones. Queremos hacer todo rápido, las mujeres quisieran tener a sus bebés en 3 meses, ¡qué bueno que la naturaleza se resiste a nuestro afán! Ya no te tomas el tiempo para vivir cada experiencia. Comes a prisa, duermes poco y ese estilo de vida genera estrés y ansiedad.
En la quietud descubrimos soluciones
Respecto a la capacidad de escuchar con calma, la Escritura nos dice en Eclesiastés 9:17-18: Las palabras del sabio escuchadas en quietud, son mejores que el clamor del señor entre los necios. 18. Mejor es la sabiduría que las armas de guerra; pero un pecador destruye mucho bien.
Esto significa que debes aprender a escuchar tranquilamente al sabio. La sabiduría se transmite a quien escucha con atención. La quietud no significa inactividad. La palabra quietud en hebreo significa: “Estar quieto, callado, sin interrupciones”.
Deseamos encontrar solución a nuestros problemas. Acudes a la iglesia a escuchar consejo, pero si no pones atención, si tienes la mente en otro lugar, no podrás escuchar ni aprender. Muchos acuden al jefe en busca de ayuda para solucionar un problema, pero no tienen calma para escucharle, incluso se adelantan a responder cuando la otra persona no ha terminado de hablar. Esta actitud además de crear confusión incrementa el estrés y no contribuye a solucionar nada. Nunca debes sacar conclusiones apresuradas o poner en boca de otros alguna palabra que no han dicho.
Aprende a escuchar. Tu actitud para escuchar debe ser calmada y apacible. Si estás ansioso y enojado no escuchas, solamente esperas algo que te provoque para reaccionar. Para poder escuchar y hablar es necesario encontrar primero la paz interior.
Es importante también encontrar el momento oportuno para ser escuchado. A veces, cuando intento enseñar o dar instrucciones y veo que las personas a quienes me dirijo están distraídas, prefiero callar y esperar a que mis oyentes tengan una actitud receptiva.
El afán nos aleja de lo importante
Cuando vivimos a prisa no disfrutamos nada. Sobre esto la Escritura nos dice en Lucas 10:38-41: Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude. Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas.
Marta estaba encargada del banquete para el Señor. Como nosotros, quería ofrecerle lo mejor a Él. Pero estaba muy afanada. Tanto que perdió el enfoque en lo que realmente era valioso.
Algunos creen que la solución es no tener nada qué hacer. Pero están equivocados. No hacer nada es tan malo con hacer más de una tarea a la vez. No puedes hacer muchas cosas al mismo tiempo, y si lo intentas ninguna sale bien. Si le das a cada cosa su momento y su lugar todo lo harás mejor.
El problema de Marta era que estaba haciendo una cosa pero pensaba en muchas otras y eso la afanaba. La palabra afanada en el griego significa ansioso, preocupado.
En Lucas 10:42 leemos lo que Jesús le responde: Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.
Cuando estudiamos Economía aprendemos sobre la pirámide de Maslow. Ésta nos indica que el hombre satisface sus necesidades primarias: comida, vestido y techo, hasta llegar a la autorrealización. Maslow se olvidó de la necesidad espiritual que debería ser la primera. Para este psicólogo la autorrealización se alcanza cuando, luego de satisfacer nuestras necesidades básicas, somos capaces de meditar y dedicarnos a cultivar nuestro espíritu, leyendo o escribiendo un libro y reflexionando. Quizá por eso la sociedad está de cabeza. Lo mejor sería primero meditar para luego actuar y proveernos de lo necesario.
Jesús dijo: “hay una sola cosa necesaria”. Si llenamos nuestra necesidad espiritual, si saciamos nuestra hambre y sed de Dios, el afán por lo demás empezará a desaparecer. La palabra de Dios nos da instrucciones, si las escuchamos y seguimos, el afán por el vivir desaparece, no nos turbará. Esto se aplica a todos por igual. No es necesario ser predicador para leer, creer y llenar nuestra necesidad con su palabra.
Cuando vives por tu propio interés y no por el de los demás, terminas afanado y angustiado. Las personas egocéntricas manejan mucha ansiedad porque están concentradas en sus problemas y no piensan en el prójimo.
El Señor no quiere que estés sin ocuparte, quiere que no te afanes mientras estás ocupado. El agotamiento no viene por el exceso de trabajo sino por el afán y el exceso de preocupación. Terminas agobiado y agotado por una actitud mental más que por una actividad física.
Consecuencias negativas del afán
Primero: El afanado habla mal de quienes no lo están. El adicto al trabajo se compara con los demás y se siente superior. Ahora se alaba el estrés porque se cree sinónimo de éxito. Pero es necesario encontrar un balance.
Hay corporaciones que antes de contratar a un nuevo empleado le preguntan: ¿está dispuesto a trabajar duro, al punto de sacrificar a su familia si la empresa lo requiere? A las personas que responden positivamente no las contratan, porque saben que están contratando a alguien problemático, incapaz de manejar diferentes aspectos de su vida. En sus inicios, la compañía fabricante de autos Ford sólo contrataba personas casadas. Era como una familia que vivía pendiente de sus trabajadores. Sabían encontrar personas que lograban balance en sus vidas y le daban lugar tanto al trabajo como a su vida personal.
Segundo: El estresado siempre se victimiza. Es típico que las personas dedicadas a muchos quehaceres sientan que se aprovechan de ellas.
Marta criticó a su hermana. La versión de la Biblia al Día dice: “¿No crees que es injusto que mi hermana esté allí sentada mientras yo me mato trabajando?” Ella debió dejar de acusar, dejar la cena de lado y, al igual que María, se hubiera dedicado a escuchar a Jesús.
¡Con esta actitud también acusaba al Señor! Es como si le dijera: “¿No crees que es injusto que sólo yo tenga que hacer la cena, por qué no le dices a mi hermana que me ayude? Es injusto que te escuchen a ti cuando hay mucho quehacer”.
Debes tener cuidado de no acusar al Señor por tu forma de administrar el tiempo. Muchos cansados y estresados terminan en el hospital. Algún amigo cristiano intentando ministrar al enfermo le dice: “El Señor te mandó a descansar”. ¡Cuidado con blasfemar! Dios no te envía enfermedad para castigarte o darte una lección. Es tu necedad la que te enferma. Si te enfermas por estrés no culpes al Señor, mejor aprende a escuchar su Palabra y no te afanarás.
Una cosa a la vez
Enfócate en una cosa y la harás bien. Si te afanas en muchas cosas a la vez, no lograrás terminar ninguna con éxito. Detente a disfrutar lo que vives.
Si necesitas consejo para priorizar tus tareas, háblale al Señor. Él te dará paz.
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