15 de agosto de 2018
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Dios nos ha creado para que podamos expandir nuestras capacidades. La trascendencia que tenemos hoy en nuestros proyectos personales, ministeriales y profesionales no debería ser la misma dentro de un año sino mayor, porque si estamos creciendo en Él, también debería aumentar nuestro crecimiento en todos los ámbitos de nuestra vida.
Cuando nacimos no podíamos hablar ni caminar, no teníamos capacidad para vivir por nosotros mismos. Así transcurrió un año, cinco, diez, quince y hasta veinte o más en algunos casos, durante los cuales no pudimos ser suficientemente autónomos como para valernos por nosotros mismos y dependimos de nuestra familia hasta que por fin pudimos trabajar, adquirir responsabilidades de adultos e independizarnos, pero solo hasta que descubrimos y desarrollamos nuestras propias capacidades. Dios nos creó para que pudiéramos descubrir por nosotros mismos nuestra fuerza.
En el Nuevo Testamento leemos que una multitud de cuatro mil o cinco mil (la cantidad varía según el evangelista) se congregó a escuchar a Jesús, pero tanta el hambre de Palabra de aquellas personas, que se olvidaron de comer. Los discípulos no tenían alimento para darles,[1] pero les hacía falta algo más importante que eso: expandir su capacidad de entendimiento y de compasión.
Mi esposa es muy generosa, tanto que hasta suele regalar hasta nuestra ropa o los muebles de nuestra casa. Un día llegué a casa y ¡no teníamos refrigeradora! Desapareció con todo y la comida, ella la regaló argumentando que había una familia que la necesitaba más que nosotros.
Para expandir tu capacidad debes dejar de aferrarte a lo que tienes, por mucho o poco que sea, y expandir tu círculo de compasión. Incluso si consideras que no tienes suficiente que dar, ofréceselo al Señor para que sea Él quien lo use para bendecir a otros. Jesús enseñó a los discípulos que debían expandir su capacidad de ver más allá de lo que la lógica les permitía y les dio pan y pescado para que ellos pudieran compartir con miles de personas que estaban congregadas.[2] Hizo el milagro y lo poco que había fue abundante hasta la saciedad. Nuestro Padre necesita de personas que confíen en Él y pongan en sus manos todo lo que pueda bendecir a otros; y no me refiero exclusivamente a los recursos económicos, sino también a nuestro esfuerzo, entrega y servicio.
Yo nací en El Salvador y cuando era un niño mi madre era tan pobre que primero esperaba a que terminásemos de comer mi hermano y yo antes de que ella pudiera servirse lo que sobraba. Claro que cuando era niño nunca me di cuenta de eso, nunca me sentí pobre porque ella siempre puso comida allí para nosotros; pero ella nos demostraba de esta forma que no solo esperaba bendición, sino que estaba dispuesta a dar todo lo que tenía por amor.
La iglesia no solo está para que vayamos a recibir bendiciones de Dios sino para ser el medio a través del cual podamos bendecir a otros. No podemos, por más que lo intentemos, ser más generosos que Dios. Él espera que pongamos los panes y los peces en sus manos porque quiere multiplicarlos para alimentar hasta saciarse a quienes tienen hambre.[3] Expande tu capacidad de compasión, ofrécele lo que tienes para bendecir a otros y Él multiplicará.
[1] Mateo 15:32-33: Y Jesús, llamando a sus discípulos, dijo: Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer; y enviarlos en ayunas no quiero, no sea que desmayen en el camino. Entonces sus discípulos le dijeron: ¿De dónde tenemos nosotros tantos panes en el desierto, para saciar a una multitud tan grande?
[2] Mateo 15:34-38: Jesús les dijo: ¿Cuántos panes tenéis? Y ellos dijeron: Siete, y unos pocos pececillos. Y mandó a la multitud que se recostase en tierra. Y tomando los siete panes y los peces, dio gracias, los partió y dio a sus discípulos, y los discípulos a la multitud. Y comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que sobró de los pedazos, siete canastas llenas. Y eran los que habían comido, cuatro mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.
[3] Lucas 9:16-17: Y tomando los cinco panes y los dos pescados, levantando los ojos al cielo, los bendijo, y los partió, y dio a sus discípulos para que los pusiesen delante de la gente. Y comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que les sobró, doce cestas de pedazos.
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