05 de septiembre de 2023
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Cuando recibí a Cristo mi vida cambió. En aquellos primeros años recuerdo que iba a todas las vigilias a las que me invitaban y en una me impactó el testimonio de un predicador que fue misionero en países donde la religión cristiana no era tolerada e incluso en algunos donde era prohibida. Nunca olvidé la historia de aquel hombre que, a riesgo de ser encarcelado, introducía Biblias a varios países.
La persecución nos ayuda a definir nuestra fe o, por el contrario, nos demuestra que en realidad nunca tuvimos el carácter para defenderla: todo depende de cómo nos enfrentemos a ella. Lo cierto es que todo cristiano, desde que acepta a Jesús, está predestinado a padecerla.[1] Durante siglos esa ha sido la única manera de vivir nuestra fe: teniendo una doctrina, una conducta, un propósito de vida y además siendo pacientes y constantes.[2] De lo que también podemos estar seguros es que de todos nuestros perseguidores y padecimientos nos librará Dios.[3]
La permanencia es importante. Cuando me preguntan quién es mi predicador favorito, respondo que ninguno en particular, siempre y cuando se trate de hombres y mujeres que, a pesar de ser imperfectos, hayan sido constantes en lo que creen. Cuando vemos un matrimonio que dice “Vamos a celebrar 50 años de casados” solemos imaginarnos una vida de pareja color de rosa y en lo que menos pensamos es en una vida llena de espinas que entre ambos han sabido manejar. Del mismo modo, cuando vemos a personas que llevan décadas de predicar el Evangelio, sabemos que siguen ahí, no porque sean perfectos, sino porque jamás han desconfiado de su Dios.
De toda persecución nos libra el Señor y hay algunas que vale la pena padecer porque nos llevan a la más gloriosa de las experiencias. Y nada mejor que aprender la utilidad de la Palabra de Dios desde que aún se es joven[4] y esa instrucción solo la puede recibir en casa. Resulta difícil que un niño pueda corregir sus errores si no tuvo instrucción.
Recuerdo que cuando usaba lentes de contacto, mi hijo Cashito, siendo muy niño, cometió la travesura de ponérselos. ¿Cómo lo podía regañar si nunca le dije que no debía hacerlo? Los padres a veces nos creemos con el derecho de corregir, pero ese derecho solo se adquiere implícitamente con el deber de instruir. Las generaciones de hoy son lo que las generaciones anteriores alguna vez permitimos que fueran. No podemos cuidar de nuestros hijos cuando son mayores, pues debimos hacerlo cuando aún eran niños. Visualiza en tus hijos pequeños a los adultos que quieres que sean, y que el ejemplo que les das sea congruente con esa visión.
Ahora bien, y volviendo al asunto de la persecución, aunque esta sea inevitable, Dios jamás nos desamparará ni permitirá que seamos destruidos.[5] [6] La única manera de llegar bien a viejo, es renovando al hombre interior todos los días,[7] ya que no solo se vive de la fuerza física o del rigor juvenil, sino también de la sabiduría adquirida; y particularmente los cristianos también vivimos de sabernos más que vencedores en nuestro Señor.[8] Por eso declara que tú y todos en tu familia servirán a Jehová y vencerán al enemigo[9] que busca destruir a quienes vivimos en Cristo.
[1] 2 Timoteo 3:12: Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución.
[2] 2 Timoteo 3:10: Pero tú has seguido mi doctrina, conducta, propósito, fe, longanimidad, amor, paciencia.
[3] 2 Timoteo 3:11: Persecuciones, padecimientos, como los que me sobrevinieron en Antioquía, en Iconio, en Listra; persecuciones que he sufrido, y de todas me ha librado el Señor.
[4] 2 Timoteo 3:14-15: Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.
[5] 2 Corintios 4:7-9: Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos.
[6] 2 Corintios 4:7-9 (DHH): Pero esta riqueza la tenemos en nuestro cuerpo, que es como una olla de barro, para mostrar que ese poder tan grande viene de Dios y no de nosotros. Así, aunque llenos de problemas, no estamos sin salida; tenemos preocupaciones, pero no nos desesperamos. Nos persiguen, pero no estamos abandonados; nos derriban, pero no nos destruyen.
[7] 2 Corintios 4:16: Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.
[8] Romanos 8:35-39: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
[9] 1 Juan 2:13-14: Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno. Os escribo a vosotros, hijitos, porque habéis conocido al Padre. Os he escrito a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno.
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