11 de noviembre de 2012
Tiempo de lectura: 4 minutos
Como cristianos, conocemos bien la parábola del Buen Samaritano que tiene el objetivo de despertar la misericordia en el corazón1, ya que nos mueve a hacer algo que verdaderamente transcienda. Sabemos que uno de los mandamientos es amar a Dios con todo el corazón y con todas las fuerzas, y al prójimo como a nosotros mismos. Pero, ¿cómo se nota ese amor? Pues con obras de misericordia que beneficien a nuestros semejantes.
Al revisar la parábola, vemos tres actitudes. La primera es la de los bandidos que robaron y dejaron medio muerto al pobre judío. Esa actitud es de “lo tuyo es mío y te lo quitaré”. Luego, vemos la actitud del levita y del sacerdote que ven al judío mal herido y pasan de largo con una actitud de “lo mío es mío, te ignoro y no comparto ni mi tiempo”. Imagino que el levita habrá pensado: “Seguramente este hombre está apartado de Dios y recibió el pago justo por sus pecados”. A veces, asumimos esa actitud, tal vez no tan cruel, pero sí indiferente al concentrarnos en nuestros problemas, sin detenernos a pensar que las necesidades de los demás transcienden las nuestras y que son el escenario que el cielo creó para responder a oraciones que hemos hecho. Pedimos por milagros, pero cuando el Señor genera las circunstancias para respondernos y proveernos, nos desentendemos, sin darnos cuenta de que nuestros milagros comienzan cuando ayudamos a otros. ¡No es posible que clamemos al cielo por algo que no hemos hecho por alguien más! Ayudar al prójimo es como descubrimos nuestras respuestas. Somos canales de bendición para otros, así como las personas son el canal para nuestras bendiciones.
La tercera actitud la ejemplifica el Buen Samaritano quien se detuvo, se tomó el tiempo de acercarse, arrodillarse y atender al herido. Desde ese momento, inició el sacrificio al compartir su tiempo, vino y aceite, incluso sus ropas y asumir la actitud de “lo mío es tuyo”. Sacrificó sus recursos para darlos a alguien que estaba en necesidad. No era algo que le sobraba, era lo que llevaba quizá para vender o para su consumo personal, pero lo invirtió en el prójimo. ¿Será necesario que veamos una gran tragedia para movernos a ayudar? ¡Claro que no porque cada uno lleva un milagro en el corazón para alguien más!
Pero el samaritano fue más lejos todavía, tomo al herido, lo subió a su propia cabalgadura, mientras él caminaba, lo llevó a un lugar seguro y se ofreció a pagar lo que fuera necesario. No lo conocía, solo sabía que era alguien que necesitaba ayuda, simplemente lo hizo por amor, porque sabía que era lo correcto.
Puede ser que tengas grandes dificultades, pero siempre hay alguien con más problemas que nosotros. Tu oportunidad de demostrar que estás listo para recibir es reconocer las necesidades de otros y ponerlas por sobre las tuyas. La forma de abrir el cielo sobre tu vida es compartiendo tus recursos con quienes lo necesitan. No esperes a tener mucho, incluso cuando se tiene poco se puede pensar en los demás. ¿Recuerdas cuando Jesús le dio de comer a más de cinco mil personas? Al decirle los discípulos que despidiera a la multitud porque no había nada para alimentarlos, Él les respondió: “Denles ustedes de comer”. ¡Esa es una instrucción para nosotros! No podemos ignorar a alguien que necesite comida o ayuda. Debemos ayudar.
Dios nos dice que asistir a los más necesitados es como asistirlo a Él2. ¿Dejaremos a nuestro Señor abandonado? Fuimos creados para ser sensibles al dolor ajeno. Nuestro amor al prójimo es lo que activa el mover de milagros para todos. Nuestro Padre busca personas sensibles y preocupadas por el prójimo para derramar Sus bendiciones. Hay millones de ejemplos de generosidad dignos de contar, Dios los ve y los toma en cuenta, así que anímate a provocar Su respuesta con Tu actitud de compartir.
Pon la mano en tu corazón, ¿lo sientes palpitar? Allí está el Señor con el milagro que alguien más necesita. Pídele que te disponga a ser instrumento de Su generosidad. Dale gracias por todo lo que tienes y que otros anhelan. ¡Levantémonos con acciones que demuestren que amamos a Dios y a nuestro prójimo! Oremos, pero también hagamos lo necesario para aliviar la necesidad de otros. El cielo está listo para dar, pero hace falta que activemos esas bendiciones con nuestro impulso a compartir. Haz una pausa en tu vida y descubre que es más importante la aflicción de otros que la tuya, colabora para remediarla y sin duda, tu Padre Celestial se encargará de que tu milagro también se haga realidad. Ocúpate de tus semejantes que Él se ocupará de ti. No lo dudes.
1 Lucas 10:25-30 comparte: Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás. Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese. ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo.
2 Mateo 25:34-40 comparte: Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.
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