03 de febrero de 2019
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En el cálculo estructural siempre se comienza por saber qué habrá en el techo para saber qué poner bajo la tierra: si no sabemos cuánto pesa el techo, no sabremos de qué tamaño deben ser los cimientos y qué tipo de materiales usar en las columnas. En la vida espiritual pasa lo mismo: debemos reforzar nuestra estructura interna para que podamos soportar todo tipo de presiones externas.
Recibí al Señor un domingo 11 de julio de 1982 y desde entonces no he dejado de sentir las presiones externas de la sociedad. Los que viven en Cristo sufren persecución y esto suele provocarnos confusión, pero nada podrá separarlos de Él.[1] Podremos estar confundidos, pero totalmente confiados. Jesús también pasó por un momento de confusión[2] y no era para menos: estaba en la cruz, muriendo desnudo, con una corona de espinas y entre dos malvados como si él fuera uno. ¿Quién no se confundiría en su situación? En ese momento se sentía abandonado, pero luego vino su momento de total confianza y encomendó su espíritu al Padre.[3]
Dios no te bendice por ser su siervo, sino por ser su hijo. Los siervos no heredan, pero los hijos sí y nosotros somos sus hijos, sus herederos y coherederos con Cristo, porque hemos recibido el espíritu de adopción.[4] Todo padre quiere lo mejor para sus hijos y Él primero es Padre y después juez. No se trata de ser evangélico sino de nacer de nuevo, con una estructura interna reforzada en Cristo. Aunque tengamos aflicciones, no permitamos que eso nos amargue el corazón y dañe nuestra estructura interna. Nuestro Padre nos librará de abatimientos y aflicciones.[5]
Si eres una persona que ha pasado por momentos difíciles es probable que lo veas todo con ojos de amargura; y si te vives comparando con los demás, con ojos de envidia. Para que eso ocurra, debemos tener un corazón saludable, una estructura interna sana. Si nunca has amado el dinero, no lo ames ni cuando te falte ni cuando te abunde. Que las presiones de afuera no te afecten por dentro y te conviertan en la persona que nunca quisiste ser. Podrá caer una tormenta sobre el tejado de tu casa, pero no permitas que se oxide su estructura interna. No vale la pena perder ni una sola de tus virtudes por culpa de una presión.
Protege tu corazón porque de él mana la vida.[6] Podrás sufrir, llorar y lamentarte, pero no te amargues. No guardes rencor en contra de nadie, ni siquiera contra los que te han hecho mucho daño: si pasaste por un divorcio y/o tu marido se fue, que se vaya también la amargura, no la retengas; si un ser querido muere, que tu corazón siga contigo y no se muera con él. De esa manera tu estructura interna será fuerte.
Jesús fue perfeccionado con aflicciones[7] de la misma forma que el oro fue refinado en el horno. No seremos lo que Dios quiere de nosotros sin haber pasado por ellas y pueden afectarnos para bien o para mal, depende de cómo lo veamos, pues nos pueden amargar o bien convertirnos en una persona emocionalmente fuerte. ¡Pero cuidado, que más fuerte no es lo mismo que más fría, indiferente o insípida!
El camino para ser fortalecido normalmente está lleno de padecimientos.[8] Tener aflicciones no nos hace santos o mejores personas, pero nos abre la puerta al consuelo que solo Dios puede dar y con el que podemos consolar a otros, como sucedió con el apóstol Pablo.[9] No pongas tu mirada en las aflicciones sino en la gloria venidera[10] porque nuestro Padre es nuestro consuelo y nuestro restaurador.
[1] Romanos 8:35-39: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
[2] Mateo 27:46: Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
[3] Lucas 23:46: Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró.
[4] Romanos 8:15: Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!
[5] Salmos 34:17: Claman los justos, y Jehová oye, y los libra de todas sus angustias. Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu. Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová.
[6] Proverbios 4:20-23: Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu oído a mis razones. No se aparten de tus ojos; guárdalas en medio de tu corazón; porque son vida a los que las hallan, y medicina a todo su cuerpo. Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.
[7] Hebreos 2:10: Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos.
[8] 1 Pedro 5:18: Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca.
[9] 2 Corintios 1:3-4: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios.
[10] Romanos 8:17-18: Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.
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