13 de noviembre de 2006
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Muchos saben que la mujer es un vaso más frágil, pero pocos reconocen que el hombre también lo es. Todos somos débiles y esto se manifiesta para unos en la abundancia y para otros en la escasez. Hemos tenido situaciones en las que nos hemos sentido débiles y que no podemos más. Pero es en esas situaciones en las que la Biblia nos enseña: «diga el débil, fuerte soy».
Todos somos frágiles
El Salmo 39.4. “Hazme saber, Jehová, mi fin, Y cuánta sea la medida de mis días; Sepa yo cuán frágil soy”.
No sé si tú te has dado cuenta qué situaciones te quiebran, esas en las cuales hemos expresado debilidad y sentimos que no podemos más. Unos son más frágiles que otros, pero todos somos frágiles en alguna medida. El salmista decía: “Señor, enséñame cuán frágil soy”. Tú sabes cuán frágil o qué tan fuerte has sido en las situaciones por las que has pasado en la vida.
No siempre que lloramos es porque estamos quebrantados por Dios. Algunas veces lo hacemos de agradecimiento y otras de amor. Pero tú mismo sabes cuando estás pasando por una situación difícil y lloras de aflicción. Esas son las veces que has dicho: “ya no aguanto, ya no soporto más”. Esos son los momentos en que nuestra debilidad ante una situación se manifiesta.
Yo me recuerdo una vez años atrás que mi hijo mayor, siendo aún muy pequeño, se enfermó gravemente. Fuimos al doctor y él me dijo: “este cuadro está muy duro, tiene una infección, se está deshidratando, y si sigue mal, mañana lo internamos en el hospital”. El doctor me instruyó a darle en casa suero por la boca con una jeringa para hidratarlo. En un momento durante la noche, nos quedamos dormidos con mi esposa junto a su cama, y al despertar, nos dimos cuenta que mi hijo se estaba muriendo. Estaba seco y deshidratado. Comencé a angustiarme, caminando inquieto por toda la habitación, clamando a Dios. Esos son los momentos en que nos damos cuenta cuán frágiles somos. Pero El me dijo: “tú me has pedido que haga milagros, ¿cómo quieres que los haga si no hay problemas?” Y cuando me dijo eso, yo me paré y dije: “Señor, yo podré estar afligido, pero tú no has salido corriendo de esta habitación. No importa cómo me sienta, sé que tú me vas ayudar y me vas a dar la fortaleza”. Mi hijo fue sano esa misma noche, y yo entendí que los problemas son la oportunidad para ver a Dios hacer milagros.
Te aseguro que no importa qué tan fuerte sea la situación, Dios está en tu casa o en tu oficina sereno, templado, ejerciendo dominio sobre las cosas. Tú tienes ganas de salir corriendo, pero si Dios te abriera los ojos, entonces lo verías sobrio, con una mirada serena diciéndote: “¿Qué te pasa?, ¿acaso no estoy contigo?, ¿no te prometí que yo estaría todos los días a tu lado? Yo te fortaleceré.” El Salmo 39:7 dice: “Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti”.
Somos débiles, pero podemos declarar que somos fuertes en El. Las fuerzas empiezan a venir por medio de la confesión de tu boca. Dios no te dice que no seas débil, dice que confieses que eres fuerte en El. Pero no saldrás de tu aflicción si sigues diciendo con tu propia boca “estoy mal, me muero”.
Una oración con un mal motivo
En Proverbios 30.7-8 dice: “Dos cosas te he demandado; no me las niegues antes que muera: vanidad y palabra mentirosa aparta de mí; no me des pobreza ni riquezas; mantenme del pan necesario”.
Cuando uno lee esto, puede concluir que es una buena oración. Parece bonita y humilde, pero cuando continúa leyendo el siguiente verso, se da cuenta de los motivos del corazón que llevó a este hombre a orar así, y no revelan algo tan bueno. Dice el verso 9 de ese capítulo: “No sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, Y blasfeme el nombre de mi Dios”.
¿Por qué hacía esta oración? Porque él era frágil ante las dos circunstancias de la vida, la abundancia y la escasez. El se conocía y temía tener riquezas, ya que su corazón no soportaría la abundancia sino que se llenaría de orgullo y altivez. También temía que la pobreza lo empujara a robar, pecando. Por lo tanto, este hombre está revelando que no tenía ni humildad ni honestidad en su corazón, sino que tenía falta de carácter para sobrellevar esas dos circunstancias de la vida. El está diciendo: “no me des riqueza ni tampoco me des pobreza. Mantenme del pan diario, no sea que si prospero me olvide de ti y si soy pobre, vaya a blasfemar tu nombre”.
En otras palabras, él va a estar bien con Dios solamente si tiene el sustento del día. No está diciendo: “Señor, yo no voy a blasfemar sin importar si soy pobre o rico”, como todos deberíamos confesar. El dice: “Solo dame lo necesario del día, no sea que blasfeme”. La verdadera y genuina oración sería: “Señor, no importa si tengo o no riquezas, yo igual te amo en todo tiempo, en escasez o en abundancia”.
Hay personas a las que la escasez los aparta de Dios. Si tú eres de las personas que en tiempo de pobreza va a robar, entonces ora como ese hombre de Proverbios. Pero si tú decides mantener tu integridad aún en tiempos de necesidad, no necesitas orar así. Tú puedes decir: «Señor, aunque me falte el pan para comer, seguiré amándote y obedeciendo tus mandamientos».
Por el contrario, hay otros que en cuanto salen de una prueba económica y prosperan, se alejan del Señor. Vienen quebrados al Señor y le creen, pero cuando El los levanta y los bendice económicamente, se alejan de Dios. Ahora ya tienen dinero para pecar, viajan y se alejan de la iglesia, beben porque ya tienen con qué hacerlo.
Mira de nuevo la oración de este hombre que dice “no me des”. Por lo general, uno siempre pide bendición, pero él no, porque sabía en su corazón que era frágil, débil. La grandeza del hombre no está en lo que tiene, sino en qué soporta tener.
Lo mismo podrían decir otros acerca de la unción: «no me des unción, no sea que me crea un Superman».
Yo les voy a contar un caso en el que Dios trató conmigo. Cuando yo recibí a Jesús, tenía seis meses, y me fui a vivir a una ciudad del interior llamada Coatepeque. Empecé a compartir de Jesús a toda la gente, y al término de cinco días, ya había veinticinco personas que habían recibido a Jesús en su corazón. Pero tenía altivez en mi corazón. Me recuerdo que fui a una reunión en la que había otros cristianos. Uno de ellos me dijo: “Vos, Cash, ¿vos sos cristiano?”. “Sí”, les contesté. “Pues fijate que no pareces uno”, me dijo. “porque si fueras cristiano, no anduvieras con el pelo tan largo”. Yo me puse como chicha bautizada en tabaco, sentí fuego en la sangre, y le contesté con toda la jactancia: “por lo menos yo sí predico y en una semana ya se convirtieron veinticinco personas; en cambio vos, ¿qué has hecho?” Y me salí de allí. A la semana, yo ya había pecado, y me pasé humillado y quebrantado por Dios en mi habitación pidiendo perdón. El quebranto hace que uno se vuelva más fuerte para Dios. Aprendí una gran lección para mi vida, porque después de la altivez, viene la caída.
En las buenas y en las malas, en la abundancia y en la escasez…
Lee ahora Filipenses 4.10-13: «En gran manera me gocé en el Señor de que ya al fin habéis revivido vuestro cuidado de mí; de lo cual también estabais solícitos, pero os faltaba la oportunidad. No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.»
El Apóstol Pablo hace aquí una confesión muy distinta. El dice: «No importa si estoy en pobreza o en riqueza, en abundancia o en necesidad. No voy a robar ni me voy a enorgullecer, porque Cristo me da la fuerza para soportar ambos extremos. No importa qué tenga, siempre seré obediente a Dios y le serviré». Esto refleja carácter.
Tú puedes ver la pobreza que tienes en algún momento o puedes ver la riqueza que tendrás después. O puedes ver el carácter que fue formado en esos momentos. Esa fortaleza que te da Cristo, es el carácter que El quiere formarte.
¡Cómo cambia la conducta de muchos cristianos por lo que poseen! No busques las dádivas, busca al que te las da, y te las va a dar cuando El crea que es el momento adecuado. ¿Qué tipo de carácter es el que tienes? En esa medida debes pedirle a Dios. A vivir se aprende metiendo la Palabra de Dios en tu corazón. Cuando te falta o te sobra, lo que importa no es lo que tienes, sino el carácter que tienes para soportar lo que tienes. ¿De qué está hablando el apóstol Pablo? De que todo lo podamos, sea una situación u otra.
El que crea que su posición económica le afecta su relación con Dios, sea de pobre o rico, haga la oración que hizo el hombre de Proverbios. Pero si eres como Pablo, que no importa cuál es la situación, tú siempre vas a estar parado confiando en el Señor, creyendo y sirviendo, te lo dé o no te lo dé. Tú puedes, entonces, decir como él: «todo lo puedo en Cristo que me fortalece».
Pablo también dijo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?» (Romanos 8.35), y añadió que ni la vida ni la muerte, que no habría ángel o demonio, y que no habría circunstancia alguna que lo separaría del amor de Dios en Cristo Jesús. Fortaleza es lo que necesitamos de Dios para permanecer junto a El en cualquier circunstancia, y El te la quiere dar.
¿Cómo está tu relación con Dios? ¿Acaso está de acuerdo a tu economía? ¿O tienes una buena relación con Dios sin importar lo que tienes? Debes ser sincero para que puedas formar carácter.
¿Cómo ha variado tu matrimonio según lo que posees? Porque para los que se aman, no importa si duermen en catre o en cama; si alquilas o tienes casa propia; o si andas en bus o en automóvil. En cualquier circunstancia, el amor debe permanecer fuerte.
¿Cómo estás en tu salud? Tú deberías confesar que sano o con enfermedades, seguirás amando y sirviendo a tu Señor. ¿Cómo estás en tu vida sentimental? Soltero o en noviazgo debes permanecer firme. Tu fuerza y tu fortaleza siempre tiene que ser el Señor.
Yo no sé cuál es tu situación, no sé por qué estás pasando, si por riqueza o pobreza, pero mi deseo es que Cristo sea tu fortaleza. No te pierdas si tienes o no. Dios te quiere prosperar, pero sobretodo quiere que aprendas a formar carácter y fortaleza en tu ser interior.
Di: “Señor, aunque pase por valle de sombra y de muerte, no temeré mal alguno, aunque soy débil en etapas de mi vida, hoy digo ‘soy fuerte y todo lo puedo y lo podré’. Hoy dejo mis temores de tener y no tener, porque todo lo puedo en Cristo Jesús que me fortalece”.
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