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Usados para sanar

21 de noviembre de 2015

Tiempo de lectura: 7 minutos

Usados para sanar

Tenemos unción y poder para bendecir en el nombre de Jesús.

 

La primera vez que fui usado para un milagro de sanidad fue cuando me llamaron de la iglesia a la que asistía para que predicara en ese momento. Durante los segundos que me tomó llegar al púlpito, el Señor me dijo que hablara sobre imponer las manos y sanar a los enfermos. La prédica estuvo impresionante; al terminar, el papá de un amigo se acercó y mientras se sentaba en una silla frente a mí, dijo: “Cashito, puedes orar por mí, tengo una pierna más larga que la otra”. Yo quedé desconcertado, ¡no sabía qué hacer! Bueno, sí sabía, pero fue tan repentino que solo tomé su pierna y con toda mi fe, dije: “En el nombre de Jesús, crece”. ¡Y sucedió! Para la gloria de Dios, el milagro fue hecho y dimos testimonio de ello. Al instante, muchas personas se acercaron para pedir oración por sanidad. Esa noche fue impresionante. Por supuesto, que orar por sanidad no es fácil cuando se hace por primera vez, pero conforme la fe crece, los milagros suceden y el Señor se manifiesta con poder.

 

¿Por qué vamos a avergonzarnos o temer por las manifestaciones del Espíritu Santo, si ahora más que nunca se buscan poderes sobrenaturales? Si no me crees, analicemos el tema de algunas de las películas más populares y el dinero que han recaudado en taquilla: Maléfica $600 millones, Frozen $1219 millones, Cenicienta $130 millones. ¡A los niños les encanta ver que alguien tiene poder para convertir todo en hielo! Veamos otras: El señor de los anillos $2900 millones, Avenger $2394 millones, Batman $2089 millones, Ironman $31215 millones. En medio de estas preferencias, no puedo concebir que se diga que evitemos manifestar el poder de Dios porque otros se asustan, cuando los jóvenes buscan ver dichos poderes. Estamos en la mejor época para que el Espíritu Santo se manifieste, para que todos vean maravillas reales, que los muertos resuciten, que los sordos escuchen, que los enfermos sanen y los oprimidos sean libres. Estamos viviendo un momento que puede ser glorioso.

 

Todos sabemos que en Guatemala enfrentamos una crisis hospitalaria terrible, así que tenemos la oportunidad y la responsabilidad de orar para que los enfermos sanen. Aunque no hay medicinas, somos hijos del médico y sanador por excelencia, así que debemos permitir que haga Su obra a través de nosotros. Dios nos acompaña, tal como acompañó a Jesús, por lo tanto, debemos ser como Él y hacer el bien, sanar y liberar[1]. Vivimos en un país donde se consultan agoreros y brujos para adivinar el futuro, se leen las cartas y se hacen prácticas para protección como guardar frijoles rojos y limones en cruz. Se busca lo sobrenatural, pero de forma equivocada, porque es en nuestro Señor, el dueño del tiempo y de todo cuanto existe, en quien debemos confiar. Debemos ir a las Escrituras y convencernos de que el nombre de Jesús es sobre todo nombre y ante Su presencia todo se doblega. ¡Tenemos autoridad delegada por Él, ese mismo poder con el que sanó a tantas personas! Por ejemplo, sabemos que sanó a unos ciegos que luego fueron a contar el milagro, a pesar de que Jesús les dijo que no lo hicieran[2], porque todavía no tenía suficientes discípulos para atender el crecimiento que llegaría al conocerse la obra sobrenatural. Pero entonces como ahora, era inevitable, porque las personas están necesitadas de esperanza y bendición.

 

Si quieres ser usado por el Espíritu Santo, mantén la expresión del poder de Dios lo más sencillo que sea posible, no busques grandes protocolos y palabras solemnes, solo pide en nombre de Jesús y la obra será hecha. Además, aprende a administrar tus emociones, ya que pueden ahogar tu fe, como me sucedió cuando me llevaron a un niño con hidrocefalia. Su situación me impactó tanto que lloré más que ellos, pero el milagro de sanidad no sucedió, porque mis emociones sobrepasaron a mi fe. Cuando le pregunté al Señor, me dijo: “Permitiste que la angustia ahogara tu fe para sanarlo. Ellos no necesitaban que lloraras sino que creyeras.” Es difícil administrar las emociones cuando vamos a orar a un hospital porque el dolor del enfermo y de su familia te impacta, pero debes pedir serenidad para mantenerte enfocado, activar tu fe y la de ellos.

 

Cuando la unción vino sobre mí, comprendí que la tendría para obrar con poder y bendecir a otros, y ser testigo de las maravillas que Dios hace ahora[3], en este momento, porque somos creyentes de los milagros de hace dos mil años, pero somos testigos de los milagros que el Señor hará a través de cada uno. Oremos por las personas, porque el Espíritu nos fue dado para ir por todo el mundo predicando, sanando y liberando en el nombre del Señor[4]. Actuemos con fe y certeza, nunca como una apuesta para ver qué sucede, porque algunos dicen que es mejor orar para que el Señor deje que el enfermo descanse en paz, cuando nuestro objetivo siempre debe ser orar por vida. Lo he experimentado muchas veces, me llaman para que ore, pero en su corazón esperan que la persona muera, entonces, la oración no tiene sentido, porque no se necesita fe en la vida para que alguien muera. En cierto oportunidad, el Espíritu Santo me dijo: “Ellos tienen fe para soportar el problema, no para salir de él.” Así que nos corresponde consolar, animar, fortalecer la fe y obrar en nombre de Jesús.

 

Dios te usará cuando renueves tu mente respecto a los milagros, señales y sanidades. No tengas miedo a quedar en ridículo si no pasa lo que dices, porque lo que digas creyendo, sucederá, no le hagas caso a tu ego que dice: “No ores así, te juzgarán y criticarán.” Ora con fe, incluso unge a los enfermos con aceite porque la Palabra dice que debemos hacerlo, entonces, muchos creerán y buscarán al Señor,[5] tal como sucedía en tiempo de los apóstoles. Entrégate al Señor con fe y dile: “Acepto tener Tu autoridad y la usaré para el bienestar de otros; declaro que muchos creerán en ti.” Sanemos enfermos y liberemos cautivos. Todos podemos hacerlo, créelo y lo harás, no es necesario que llames a alguien más, tú tienes el poder y la autoridad para hacer la obra de Dios; los demonios y la enfermedad lo saben, ¡actúa como quien manda no como quien siente miedo!

 

En las Escrituras sobre la vida de los cristianos después de la resurrección de Jesús, leemos que fueron esparcidos, que viajaron por el mundo predicando, incluso arriesgando su vida. Muchos fueron martirizados, pero su sacrificio rindió fruto porque miles creyeron al ver las obras que hacían en nombre de Dios[6]. Ahora sucede lo mismo, nos pueden esparcir, pero jamás callar porque el mensaje que debemos compartir es de poder y salvación. No tengas miedo, Dios puede usarnos a pesar de nosotros mismos, de nuestra imperfección y defectos, porque Su poder se perfecciona en nuestra debilidad, para que no haya duda de que es Él quien hace la obra y Su nombre sea glorificado. Al orar no entras al lugar santísimo por tus virtudes, sino porque Jesús pagó el precio para que tuviéramos acceso al Padre. Solo déjate usar por el Espíritu Santo, obedece al imponer manos en nombre de Jesús y el resto lo hará Él. Haz tu trabajo y Dios hará el Suyo.

 

Glorifiquemos al Señor a través de la oración por enfermos, al bendecir con sanidad sin condiciones. Nada de decir: “Recibe al Señor y oro por ti”, porque no hacemos proselitismo sino que compartimos el amor de Dios. Pasamos un momento oscuro en el mundo, por lo que debemos llevar luz, esperanza y fe. Pide al Señor: “Espíritu Santo, haré lo que me corresponde. Te pido que la unción venga sobre mí, ahora tengo un propósito, bendecir con sanidad y esperanza a quienes lo necesitan. Con la autoridad que me has dado, los enfermos sanarán y los oprimidos serán liberados en el nombre de Jesús. Haré bien a otros, no me voy a avergonzar del Evangelio. Toda la honra y la gloria es para ti”.

 

[1] Hechos 10:37-8 relata: Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan: cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

 

[2] Mateo 9:27-31 comparte: Pasando Jesús de allí, le siguieron dos ciegos, dando voces y diciendo: !!Ten misericordia de nosotros, Hijo de David! Y llegado a la casa, vinieron a él los ciegos; y Jesús les dijo: ¿Creéis que puedo hacer esto? Ellos dijeron: Sí, Señor. Entonces les tocó los ojos, diciendo: Conforme a vuestra fe os sea hecho. Y los ojos de ellos fueron abiertos. Y Jesús les encargó rigurosamente, diciendo: Mirad que nadie lo sepa. Pero salidos ellos, divulgaron la fama de él por toda aquella tierra.

 

[3] Hechos 1:7-8 dice: Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.

 

[4] Marcos 16:15-18 dice: Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.

 

[5] Hechos 9:33-35 relata: Y halló allí a uno que se llamaba Eneas, que hacía ocho años que estaba en cama, pues era paralítico. Y le dijo Pedro: Eneas, Jesucristo te sana; levántate, y haz tu cama. Y en seguida se levantó. Y le vieron todos los que habitaban en Lida y en Sarón, los cuales se convirtieron al Señor.

 

[6] Hechos 8:1-7 dice: Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles. Y hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran llanto sobre él. Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel. Predicación del evangelio en Samaria Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio. Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo. Y la gente, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las señales que hacía. Porque de muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados;

 

 

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