19 de enero de 2020
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Conforme vamos conociendo a una persona aprendemos a identificar qué podemos esperar de ella. Si lo que vamos conociendo de alguien es bueno esto nos produce confianza. Si queremos aumentar nuestra confianza en Dios debemos procurar conocerlo cada día más. Sin importar cuanto sepamos del Señor, siempre hay algo nuevo que podemos experimentar en nuestra relación con Él.
Dios siempre ha buscado tener una relación cercana con nosotros y manifiesta ese deseo utilizando la figura del cordero para representar la restauración de nuestra relación con Él.[1] Gracias a la muerte de Jesús en la cruz nosotros recibimos misericordia, limpieza y purificación. Es gracias a Él que nosotros podemos tener una relación intima con nuestro Padre celestial.
La sangre de Jesús nos limpia[2] de todo pecado y nos otorga perdón[3], lo cual nos permite tener comunión con Dios. No debemos vivir con culpabilidad o condenación porque ya fuimos redimidos por el Señor. El único que se toma la molestia de recordar nuestros pecados es el diablo, pero cuando él venga a recordarnos nuestro pasado debemos recordarle su futuro: ser enviado a un lago de fuego para ser atormentado por toda la eternidad.
Por medio de la sangre de Jesús somos perdonados, limpiados y justificados.[4] Habla de tres tiempos: pasado, presente y futuro. Dios perdonó lo que hicimos, limpia nuestro presente y justifica nuestro futuro. Cuando reconocemos lo que la sangre de Jesús hizo por nosotros, todo argumento del diablo pierde validez. Cuando pequemos no nos alejemos del Señor, acerquémonos confiadamente a su gracia y misericordia. Nuestro valor no lo definen nuestros errores, lo define la sangre de Jesús, en ella radica nuestra identidad como hijos de Dios.
Solo conociendo a Jesús sabremos qué cosas son posibles que haga a favor de nosotros. Procuremos buscarlo y tener nuevas experiencias con Él. Si pensamos que Jesús es profeta recibiremos sus profecías, si consideramos que es un maestro vamos a recibir sus enseñanzas. Si creemos realmente quien es Jesús, podremos recibir cualquier milagro de parte suya.
El problema de nuestra vida es tener percepciones cuando deberíamos tener convicciones. No es lo mismo tener una percepción de Jesús a tener el concepto correcto de Él. Los discípulos conocían la humanidad de Jesús pero les faltaba conocer su plena divinidad. Por eso en ocasiones erraban en cuanto al concepto que tenían de Él. Dios es el único que puede revelarnos quien es Jesús[5] y solo de esta forma podremos reconocer nuestra propia identidad como hijos de Dios.
En el momento más difícil de la vida de Jesús en medio de burlas, golpes e injurias, un hombre le pide que se recuerde de él cuando viniera con su reino. Jesús en medio del sufrimiento que experimentó, supo darle palabras de esperanza y le prometió que ese mismo día se iban a ver en el paraíso.[6] Parar el malhechor, que estaba siendo crucificado, Jesús era un salvador y al reconocer eso pudo obtener su salvación. Lo que realmente manifiesta lo que creemos son nuestras acciones cotidianas. Es tiempo de reconocer con nuestro testimonio quien es el Señor para nosotros.
[1] Génesis 22:8: Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban juntos.
[2] 1 Juan 1:7: Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.
[3] Efesios 1:7: En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia.
[4] Romanos 5:9: Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.
[5] Mateo 16:13-18: Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro,[a] y sobre esta roca[b] edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos. Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo.
[6] Lucas 23:32-43: Llevaban también con él a otros dos, que eran malhechores, para ser muertos. Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes. Y el pueblo estaba mirando; y aun los gobernantes se burlaban de él, diciendo: A otros salvó; sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios. Los soldados también le escarnecían, acercándose y presentándole vinagre, y diciendo: Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Había también sobre él un título escrito con letras griegas, latinas y hebreas: ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS. Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
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