20 de abril de 2022
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Jesús venció la muerte en la cruz, otorgándonos salvación y libertad. Esta es la celebración más grande del cristianismo.[1] Sin embargo, para quienes le conocieron, le amaron, convivieron con Él y fueron testigos de Sus milagros, los días que transcurrieron desde la crucifixión a la resurrección fueron un proceso necesario de pérdida, luto, dolor y dudas. Fueron días complicados, pero necesarios.
Para que un día podamos ver la gloria de Dios debemos atravesar procesos que no podemos eludir. Así como la resurrección de Cristo fue necesaria para nuestra salvación, también era necesario que Él fuera entregado para que pudiera resucitar al tercer día.[2] Por esta razón no permitas que el luto de una pérdida te quite la esperanza de ver cumplidas las promesas de Dios, ni que la oscuridad de un momento te quite la ilusión de ver la luz. Para que haya resurrección antes tuvo que haber muerte. Nuestra sanidad, perdón de pecados y salvación no serían posible sin el necesario sacrificio de Jesús en la cruz;[3] y ese proceso también fue necesario para que muchos creyeran en Él.[4]
El miedo a la muerte está presente en toda la humanidad. No importa a qué religión, idioma o cultura estemos adscritos: todos sentimos temor a la muerte. De hecho, muchas religiones a lo largo de los siglos se han creado en torno a ese misterio. En el Génesis leemos que Dios creó la vida, pero inherente a ella dejó también el charo el concepto de la muerte cuando dijo a Adán que podía comer del fruto de todos los árboles del Edén, excepto del árbol del bien y del mal, pues de lo contrario “ciertamente morirás”. En ese momento la humanidad ya tenía una vida eterna asegurada, pero cuando Adán y Eva desobedecieron y comieron del fruto prohibido, le dieron poder a la muerte ellos. El pecado de la rebelión de Adán y Eva fue lo que nos alejó de Dios y le entregó a la muerte ese poder sobre nuestra vida; por eso, para librarnos de esa condición fue necesario que viniera Jesús hecho hombre para morir como tal, cargando nuestros pecados y resucitando al tercer día.[5]
Cuando Jesús venció a la muerte[6] lo que hizo fue quitarle el poder que tenía sobre nuestra vida de tenernos cautivos y alejados de Dios. Es inevitable: todos vamos a morir algún día, pero si creemos y confesamos con nuestra boca que Jesús resucitó, seremos salvos y volveremos a la presencia de nuestro Padre.[7] Creer en la resurrección de Cristo es lo que nos da acceso a esa salvación.[8] El pecado es el acta que le da derecho a la muerte a condenar nuestra vida, pero Jesús con Su sacrificio la anuló. Si hoy tenemos acceso a la vida eterna, a la libertad, a la salvación y a Sus milagros es gracias a esa resurrección.
[1] Lucas 24:1-5: El primer día de la semana, muy de mañana, vinieron al sepulcro, trayendo las especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas. Y hallaron removida la piedra del sepulcro; y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes; y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?
[2] Lucas 24:6-9: No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día. Entonces ellas se acordaron de sus palabras, y volviendo del sepulcro, dieron nuevas de todas estas cosas a los once, y a todos los demás.
[3] Isaías 53:4-6: Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.
[4] Mateo 27:50-54: Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos. El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente este era Hijo de Dios.
[5] Romanos 8:1-2: Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.
[6] 1 Corintios 15:55-57: ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.
[7] Romanos 10:8-9: Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.
[8] Juan 11:15-16: Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?
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