13 de noviembre de 2006
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El carácter más que la riqueza
La semana anterior enseñé el tema «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece», el cual trató sobre la oración hecha por un hombre en Proverbios 30:8-9. “Vanidad y palabra mentirosa aparta de mí; No me des pobreza ni riqueza; mantenme del pan necesario; No me sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, Y blasfeme el nombre de mi Dios.»
Esta oración suena bien, pero no necesariamente lo es. Si lees detenidamente, te darás cuenta que en el verso 9, él mismo revela su corazón al hacer la oración; es decir, manifiesta las intenciones o motivos que lo llevaron a realizarla. Tan débil estaba su relación con Dios, que dependía de su economía. El se mantendría fiel al Señor mientras no tuviera ni abundancia ni escasez. Esto, por lo tanto, es una oración que revela una mala actitud de corazón. El reveló su falta de carácter.
El apóstol Pablo, por el contrario, declaró que él había aprendido a tener abundancia o escasez, pues todo lo podía soportar en Cristo que lo fortalecía (Filipenses 4:10-11). Pablo dio a conocer lo que había en su corazón con su declaración, diciendo que lo más importante no era la riqueza o la pobreza, sino el carácter fortalecido por Jesús.
¿Qué clase de relación tienes tú con tu Señor? Está basada en tu economía, o tu economía se basa en la relación con el Señor?
Quiero que vayas conmigo a ver cómo era este hombre que hizo esta oración. El mismo habla de sí en Proverbios 30:2-3. “Ciertamente, más rudo soy yo que ninguno, ni tengo entendimiento de hombre. Yo ni aprendí sabiduría, ni conozco al Santo”. Hasta que lees detenidamente el contexto y comprendes la conducta necia e ignorante de este hombre, no conoces bien a la persona que está orando que no le den ni riqueza ni pobreza.
Si vas a orar, hazlo conforme a la Palabra de Dios, no conforme a tus circunstancias. Pero si ni lees la Biblia, ¿cómo sabrás de qué forma orar? Debes estudiar y creer la Palabra para que al momento de orar, sepas hacerlo apropiadamente. Di conmigo: “Si yo oro conforme a la Palabra de Dios, tendré los resultados de las promesas de la Palabra de Dios”. “Yo seré de aquellos que todo lo pueden en Cristo que da las fuerzas”.
Ensancha mi territorio
En 1ra. Crónicas 4.:9-10 encontramos otro tipo de oración: «Y Jabes fue más ilustre de sus hermanos, al cual su madre llamó así diciendo: por cuanto lo di a luz en dolor. E invocó Jabes al Dios de Israel, diciendo: ¡Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo, y me libraras del mal, para que no me dañe! Y le otorgó Dios lo que le pidió.»
Siempre habrá alguien más ilustre que otros. Ora para ser tú esa persona. Su nombre quería decir dolor, pero aún así no se quedó en eso, sino que confió en que sería bendecido por Dios.
Jabes fue el más ilustre porque oró adecuadamente. Hay que saber cómo orar. El dijo: «Señor, ensánchame, bendíceme, acompáñame». Si me pones a escoger entre la oración del hombre de Proverbios 30 o la de Jabes, escojo esta última.
Jabes pidió que le ensancharan su territorio. Pero, ¿cómo podía ser ensanchado su territorio en una tierra que había sido toda repartida al pueblo de Israel? Si recuerdas bien, cuando el pueblo de Israel entró en la tierra prometida, Josué les repartió toda la tierra. La única manera de ensanchar su territorio era si alguien más no quería su propia tierra. Así que mientras Jabes oraba «ensancha mi territorio», al mismo tiempo, otro oraba «no me des más para que no me olvide de ti» (como lo hizo el hombre de Proverbios 30). Cuando el Señor escucha ambas oraciones en el cielo, le da a uno lo que el otro no quiere. Así que tú prosperas por las oraciones de fe que haces y por las malas oraciones que otro hizo. Mientras uno pide «dame más», otro dice «no me des».
Cuando Dios escucha ambas peticiones, a ambos se las otorga. Al que quiere le da lo que el otro no quiere. Así que tú recibes conforme lo que crees. Si crees que Dios es bueno y te desea bendecir, así orarás y recibirás. Pero si crees que al prosperar tu corazón se apartará de Dios, entonces dejas de recibir lo que Dios te hubiera querido dar, entregándoselo El a alguien más.
Semilla al que siembra y pan al que come
Cuando el pueblo de Israel estaba en Egipto, era pobre, ya que eran esclavos. Vivían de lo que los egipcios les dieran. Cuando Dios milagrosamente los sacó de allí, ellos se llevaron el oro que los egipcios les entregaron, pero al poco tiempo, lo perdieron al hacer el becerro de oro en el desierto. Por lo tanto, Dios los tuvo que sustentar con maná, pan del cielo. Al mismo tiempo, hizo que de la roca saliera agua para que bebiesen. Así que el Señor sostuvo a su pueblo con pan y agua mientras se encaminaban a la tierra prometida, en donde fluye leche y miel.
Como recordarás, el pueblo de Israel no creyó en Dios y, por lo tanto, dio vueltas 40 años en el desierto. Esta no era la voluntad de Dios, pero aún así los sostuvo con pan y agua. Cuando la nueva generación creyó en Dios con Josué al frente, ellos entraron en la tierra de la promesa. A partir de ese día, el pueblo tuvo una tierra en la cual poder sembrar y cosechar. Aquel que trabajara sembrando, cosecharía abundantemente, pues esa era su promesa. Desde entonces, el maná cesó de caer cada mañana, desde que el Señor les dio la tierra prometida.
De igual manera, tú puedes escoger permanecer en el desierto en donde el Señor te sostiene con pan y agua, o puedes creer en sus promesas y entrar en la tierra en la que cada semilla que siembres producirá una abundante cosecha. Tú escoges, si pan o tierra prometida. Tú decides si vives sólo para tus necesidades o para sus promesas. Pero si decides la tierra de bendición, El ya no pondrá más el maná para tu sustento, sino te dará la semilla para que siembres en tu tierra. Esto producirá fruto abundante, de donde tendrás el sustento diario y mucho más.
Di conmigo a Dios: “No sólo me quieres dar el pan diario, sino también la semilla; yo no sólo como, también siembro”.
No seas de los que menosprecian sus promesas como los israelitas lo hicieron con su tierra. Mira a Josué, quien se levantó con una nueva generación dispuesto a conquistar lo que era de ellos. Abraza sus promesas. Pide que te ensanche, y recibirás su bendición y multiplicación.
El desierto no es la tierra prometida ni el pan es el sustento que Dios quiere darte. El quiere llevarte a una tierra de multiplicación en la que experimentes la bendicion de sembrar y cosechar.
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