01 de diciembre de 2017
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Cuando mi hijo Jared era pequeño, vio una batería en el mostrador de una tienda de instrumentos musicales y se enamoró de ella. ¡La quería! Fue amor a primera vista; sin embargo, aunque mi esposa y yo nunca nos habíamos sentido pobres, en realidad no podíamos costear un instrumento musical; pero le dijimos a nuestro hijo: “Jared, Dios te puede dar esa batería. Pídesela a Él”, y desde entonces, todos los días y a cada momento, le pidió a Dios por la batería. “¡Dios, dame esa batería!”, era lo que decía y nada más. En pocas palabras, esa era su oración.
Dos meses después, recibimos de alguien ―nunca supimos de quién― un sobre con la cantidad exacta que costaba esa batería. Nos hubiese gustado usar el dinero para cubrir otras necesidades, pero nos dimos cuenta de que no nos pertenecía porque era la respuesta directa de Dios a las oraciones de mi hijo. Él no se fijó en su lenguaje, sino en su fe. Ese día aprendió que Dios lo escucha. El nivel de fe de un niño consiste en saber que Dios le responderá.
Cuando empecé a orar, tuve muchos temores acerca de cómo hacerlo. Se nos hace fácil creer que Dios recibió las oraciones de héroes de fe como Moisés, pero ¿por qué no logramos concebir que pueda ser capaz de escuchar las oraciones de hombres como Cornelio, centurión romano?[1] No hay personas perfectas para orar, tampoco el lugar correcto o las palabras ideales: solo gente con la fe anclada en Jesús.
Hay gente que piensa que debes orar en una hora determinada o en un lugar específico, como si Dios solo escuchara en tiempos y lugares escogidos por él. Algunas personas piensan que hay lugares más santos que otros, pero lo cierto es que no hay un lugar mejor que otro orar;[2] por esa misma razón hay iglesias tanto en Jerusalén como en Guatemala, tanto en Bogotá como en Ciudad de México, y así en cualquier parte. Lo que realmente importa es a quién estás dirigiendo tu oración. Eres como un bebé que llora cuando necesita alguna atención y Dios es tu padre, Él traduce lo que está en tu corazón y en tu mente. Como todo padre, te entiende y sabe lo que le estás pidiendo.
En la Biblia no hay ningún mandato acerca de cómo adorar a Dios o cómo orarle, tampoco hay mandatos que digan cómo dar la ofrenda o cómo enseñar la prédica, Él tan solo dice: “Congréguense”, y para eso no hay formatos para hacerlo. En ninguna parte del Nuevo Testamento verás que alguno de los apóstoles repite la oración del Padre Nuestro, pero sí oran al Padre porque el principio está vigente. Piden por el sustento aunque no digan “danos hoy el pan de cada día”, piden por permanecer en santidad aunque no digan “no nos dejes caer en la tentación”; en pocas palabras, lo que les quedó de la oración de Jesús fue el principio, no la forma. Tan solo cree que Dios te entiende, ama tu voz y que te va a contestar.
¿Cómo aprendiste a pedir? Pidiendo. ¿Cómo aprendes a orar? Orando. Así de simple. Sé valiente porque mientras más oras, más aprendes a hacerlo. Algunos oran cantando, otros oran leyendo, algunos lo hacen cuando se acuestan, otros cuando se levantan… ¡No hay una sola manera de hacerlo! Simplemente ora.
[1] Hechos 10:1-4: Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la compañía llamada la Italiana, piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre. Este vio claramente en una visión, como a la hora novena del día, que un ángel de Dios entraba donde él estaba, y le decía: Cornelio. Él, mirándole fijamente, y atemorizado, dijo: ¿Qué es, Señor? Y le dijo: Tus oraciones y tus limosnas han subido para memoria delante de Dios.
[2] Juan 4:19-21: Le dijo la mujer: Señor, me parece que tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre.
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