25 de marzo de 2020
Tiempo de lectura: 7 minutos
La fe es el mayor recurso que tenemos para realizar lo imposible, pero también hay una época en la que nos sirve para defendernos de los ataques del enemigo.[1] Debemos hacer uso de la fe para resguardarnos en medio de la adversidad. Ni siquiera nuestros recursos, experiencia o conocimiento podrán defendernos tan bien como lo hace nuestra fe.
Dios, con toda su grandeza, reconoce la necesidad de ser prudente.[2] No tomamos medidas de precaución por falta de fe, sino que también utilizamos la sabiduría que nos dio Dios para prevenir y resolver más rápido los problemas. La prudencia es fundamental para combatir el temor.
Dios protegerá nuestro hogar.[3] Demostrémosle a Él nuestra confianza obedeciendo las instrucciones que nos da a través de su Palabra y de las autoridades.[4] El pueblo de Dios pasó 40 años en el desierto y pudo experimentar la provisión y protección del Señor. Si lo hizo con ellos, también lo hará con nosotros. ¡Confiemos en que estamos bajo su sombra y abrigo![5]
Digamos no al miedo y sí a la prudencia. No tentemos a Dios siendo insensatos en medio de esta situación que atravesamos con la enfermedad del nuevo coronavirus u otras situaciones difíciles.[6] Quedémonos en casa y experimentemos su protección.
Es difícil no preocuparse al experimentar problemas. Debemos manifestarle a Dios nuestras peticiones y de esta manera soltaremos todo afán. La Palabra no cambia aunque nuestras circunstancias sí lo hagan. El Señor es nuestro proveedor en todo momento: cuando descargamos en Él nuestras necesidades, llegamos a tener paz que sobrepasa cualquier adversidad.[7]
Si el Señor provee a sus criaturas, ¿cuánto más no va a hacer por nosotros, sus hijos? No nos afanemos por la provisión porque el afán nunca agrega nada a nuestra vida. Dios hace tanto por nosotros como creemos que valemos para Él.[8] Si entregó a Jesús sin escatimar, ¿cómo no nos va a dar todo lo demás que necesitemos? Es tiempo de confiar en el Señor. Dejemos que su provisión nos busque. No descuidemos lo que nos corresponde y confiemos en Él.
El rey David, a pesar de los recursos que tenía, confiaba más en Dios. Si creemos que el Señor es nuestro pastor también confiaremos en que no nos faltará nada. Esto provoca que descansemos y en ese momento es cuando nuestro Padre nos pastorea para confortar nuestra alma.[9]
Si el Señor nos acompaña no tenemos nada que temer. Su compañía nos infunde valentía en tiempos de angustia. Él es nuestro pastor, creamos que algo bueno nos pasará siempre. ¡El bien y la misericordia nos persiguen en todo momento!
David pasó todo tipo de pruebas y logró ver muchas situaciones en su vida, pero jamás vio a un justo desamparado ni a su simiente mendigando pan.[10] Que las circunstancias adversas no nos hagan dudar de la bondad de nuestro Padre. Mostrémosle a Dios nuestra confianza sin importar la temporada que estemos viviendo.
[1] Efesios 6:16: Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno.
[2] Isaías 40:13-14: ¿Quién enseñó al Espíritu de Jehová, o le aconsejó enseñándole? ¿A quién pidió consejo para ser avisado? ¿Quién le enseñó el camino del juicio, o le enseñó ciencia, o le mostró la senda de la prudencia?
[3] Salmos 91:10: No te sobrevendrá mal, Ni plaga tocará tu morada.
[4] Isaías 26:20: Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras ti tus puertas; escóndete un poquito, por un momento, en tanto que pasa la indignación.
[5] Salmos 91:1: El que habita al abrigo del Altísimo Morará bajo la sombra del Omnipotente.
[6] Mateo 4:6-7: Y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, en sus manos te sostendrán, Para que no tropieces con tu pie en piedra. Jesús le dijo: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.
[7] Filipenses 4:6-7: Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
[8] Mateo 6:25-30: Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?
[9] Salmos 23:1-6: Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar;
Junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará mi alma; Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando. Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, Y en la casa de Jehová moraré por largos días.
[10] Salmos 37:25: Joven fui, y he envejecido, Y no he visto justo desamparado, Ni su descendencia que mendigue pan.
Temas relacionados:
Confianza | Enfermedades | Fe | Miedo | Preocupaciones | Prudencia
Nacimos para triunfar, ser victoriosos y ganadores, pero el sabor a pérdida es parte del proceso hacia una conquista superior llena de oportunidades.
En esta serie aprendimos cómo manejar las pérdidas, que es posible perder para ganar y este tema explica cómo ganar para tener algo que perder en medio de las crisis y los pesares.
¿Es posible gestionar algo que se ha perdido? Aprendamos cómo se administran las pérdidas en vez de ceder ante la tristeza, la culpabilidad o la depresión.